Mi amiga M Angeles Repiso vive en el mundo de las notificaciones. Cada una tiene su mundo; todo hay que entenderlo. Para ella, que viene reciclada a su pesar desde la joyería como tantos otros cordobeses, las notificaciones son ahora su vida, aunque el viernes por la tarde, entre el primer y segundo gin&tonic, la vida parezca volvérsele en contra al tenerse que marchar con sus notificaciones a otra parte mientras nosotros nos quedamos allí como cíclopes varados en la terraza de Kulala.

Con todo el dolor de mi corazón, debo reconocer que, si bien siempre lo lamento, también siempre siento alivio al ver que mi friday se desliza plácidamente mientras su viernes sigue encorsetado por los estrictos tiempos de los procedimientos legales hasta las tantas. Qué se le va a hacer --me digo yo para mis adentros mientras observo cómo serpentea por mi gin&tonic el rojo profundo de una gotita de angostura.

Pero las notificaciones parecen tener vida propia; lo digo porque mi alivio solo me duró unas horas. Al llegar el sábado a Montilla, me encontré en el buzón de casa uno de esos papelitos amarillos de Correos, un aviso que en sí mismo es ya una notificación. La pena fue que la letra del cartero era ilegible y no pude averiguar de qué se trataba hasta después de tirarme una hora intentando descifrar el texto. Cuando entendí que la carta venía de Hacienda, salí pitando para la oficina de Correos, pero los sábados abren hasta las 13:00, y ya eran las 12:55. Corrí todo lo que pude pero, al llegar e intentar abrir la puerta, solo pude ver cómo un empleado me decía que no con su dedo índice mientras se encogía de hombros. Yo junté mis manos en señal de ruego y lo miré con ojos de perro abandonado, pero no me sirvió para nada. Así que me volví a casa con el corazón en un puño y el estómago revuelto, sabiendo que hasta el lunes no podría averiguar la gravedad de la notificación con la que Hacienda me había obsequiado.

El resto del sábado y el domingo se me hicieron eternos. Navegué por Internet sin saber dónde mirar, sin dirección, saltando de foro en foro buscando alguna orientación sobre la naturaleza de las notificaciones de Hacienda, sobre las implicaciones que tiene el ser notificado, las posibles multas por haber incumplido un plazo o por un error o negligencia en la declaración de la renta. De repente, el domingo por la noche me acordé de Moisés, y casi lo saqué de la cama para que me explicara cómo funcionan las notificaciones de Hacienda. El intentó calmarme pero solo consiguió preocuparme más todavía al decirme que ya no había nada que hacer y que seguramente me impondrían una multa con recargos porque se me habrían pasado los plazos. Esa noche ya no pude dormir y la pasé enterita intentando averiguar algo a través de la página web de Hacienda. Allí descubrí el concepto de notificación electrónica, algo que se vende como una ventaja y que aparentemente lo es. Porque con cualquier notificación de Hacienda te envían un aviso por correo electrónico, y así no tienes que estar pendiente continuamente de tu buzón del correo y puedes irte de viaje tranquilo. La cuestión es que el lunes me pasé por la oficina y allí estaba el pastel que me esperaba.

Lo bueno de esta historia es que ya recibo los avisos de notificaciones por correo electrónico. Lo malo, que recibo tantas notificaciones sobre cosas menores que no vivo para sustos. Pero lo peor es que he desarrollado cierta aversión hacia M Angeles e incluso hacia el gin&tonic de los viernes.

* Profesor de la UCO