No creo ser en absoluto sospechoso de lisonjero o adulador; mucho menos con la clase política, que, como la mayor parte de los ciudadanos, sufro más que disfruto desde hace ya muchos años. A ella debemos lo mejor y lo peor de la España contemporánea, y en ella, como en cualquier otra profesión, más allá de las siglas bajo las que militen, los hay indecentes y decentes, malos y buenos. A uno de estos últimos, en mi opinión, tuve la oportunidad de escucharlo hace poco, con motivo de los Desayunos que con tanto éxito organiza periódicamente este periódico bajo la batuta de su director, Francisco Luis Córdoba, que ese día derrochó ingenio, agudeza y socarronería, con presencia en la mesa de Juan Pablo Durán, presidente del Parlamento de Andalucía, y lo más granado de las autoridades cordobesas entre el público. Hablo del actual presidente de la Comunidad Autónoma de Extremadura, Guillermo Fernández Vara, a quien tenía especial interés en escuchar (soy extremeño), dada la especial coyuntura política que vive su partido, en el que parece haber reforzado protagonismo. Sin embargo, aun cuando como era de esperar la mayor parte de las preguntas planteadas al final de su magnífica conferencia (de la que tomo prestado el título para mi artículo) versaron precisamente sobre el convulso proceso de pacificación interna que viven los socialistas (sus respuestas al respecto han sido, de hecho, las más destacadas), yo me quedo con la parte social, incluso humana, de un discurso tan lleno de sentido común y buenos propósitos que es difícil no suscribirlo.

Guillermo Fernández Vara nació en Olivenza, a caballo entre España y Portugal, por lo que aprendió a vivir con la mirada puesta en dos países, algo que, de entrada, imprime carácter. Cursó sus estudios (es médico forense) en Córdoba, donde se forjó como profesional, como hombre y también como cofrade. Socialdemócrata convencido, moderado, reivindicativo, accesible y comprometido, planteó su alocución sobre la base de siete grandes desafíos que, según él, constituyen los verdaderos retos de futuro para España, ignorados o minimizados no obstante por sus mismos compañeros políticos, en el marco de esa doble moral que nos aqueja, de la ausencia de matices que difumina los perfiles de esta sociedad nuestra, del estás conmigo o estás contra mí, de la política del corto plazo y el regateo; porque de las cosas importantes, mejor no se habla. De ahí su denuncia. 1) Desafío demográfico: la crisis de natalidad ha puesto la pirámide poblacional patas arriba, hace peligrar las pensiones y ensombrece el horizonte familiar de los más jóvenes. 2) Desafío climático: si no se toman medidas traumáticas (y si se toman, quizás también), la temperatura del planeta subirá en las próximas décadas entre 3 y 6 grados, lo que provocará la desertificación de buena parte de la cuenca mediterránea, pobreza, falta de alimentos y hambre. ¿Cómo entender, por tanto, la falta de acuerdo? 3) Desafío sanitario: la sostenibilidad del sistema necesita de muchos más recursos, si bien antes o después habrá que racionalizarlo y crear una nueva cultura colectiva: la enfermedad común se podrá seguir nutriendo de los impuestos, pero todo lo demás tendrá que recaer en seguros privados obligatorios, algo difícil de asumir, me temo, cuando no se llega a final de mes. 4) La educación: nos preocupa más la formación de un médico que la de un docente; la de quien sabemos que un día puede abrirnos las tripas, que la de aquél que ha de abrirnos la mente para enfrentar el mundo; y esto debe ser revisado, hay que prestar mayor atención a la formación de los docentes y a sus condiciones laborales, porque en ellos radica el éxito de toda sociedad. 5) Desafío energético. Es perentorio llegar a un acuerdo global y potenciar las nuevas energías. 6) Los jóvenes: cada vez más entregados al alcohol, las drogas, el bullyng o el juego. Nuestros hijos necesitan modelos de vida, y éstos han de encontrarlos en casa. Su peligrosa deriva no se resuelve con prohibiciones, sino con prevención, inteligencia y dedicación. 7) Igualdad de género. Se ha conseguido lo más fácil, que es cambiar las leyes, pero no nuestra mentalidad, que sigue siendo machista, y problemas complejos requieren soluciones complejas, desde el consenso... Más allá de todas estas cuestiones se habló por ejemplo del problema catalán o de la judicialización de la vida política, pero a mí me llamó la atención particular y positivamente el trasfondo social del discurso, aunque no entienda por qué cuesta tanto transformar las palabras en hechos.

* Catedrático de Arqueología de la Universidad de Córdoba