Lo que ahora ya es costumbre, lo que ni siquiera se ve por haber sido visto tantas veces, hubo una vez en que se vio por vez primera, y captó nuestra atención, y verdaderamente lo vimos allí, entre tantas otras cosas. Me refiero, por ejemplo, a esa costumbre de ciertos políticos de pronunciar discursos contra un fondo de adeptos que asienten a todo lo que dicen. Recuerdo que cuando hace años vi por primera vez algo así, me sorprendió bastante aquella especie de friso animado, tan distinto de esos fondos inertes y nada asertivos de los que el orador salía como de un desierto. Esa intimidad entre el líder y una elegida rodaja de pueblo que, en sentido literal, le "arropaba", me sobrecogió por su novedad, hasta que a fuerza de repetirse, dejé de verla, que es la manera más efectiva (lo publicistas lo saben) de que algo entre dentro de ti y te persuada. El otro día, no sé por qué, la vi de nuevo.

Lo que más me llama la atención en esos grupos es que cada uno de los que están allí, bien apiñados para no escapar al encuadre de la cámara, lo están como representantes de alguna categoría general, un poco como las figuras hieráticas de un retablo gótico: símbolos universales, más que hombres o mujeres concretos con nombre y apellidos. A veces el líder aparece flanqueado de jóvenes que exhiben atentos su barbado descuido; otras veces son mujeres, normalmente resolutivas y llenas de tesón; también hay inmigrantes, que recorren de una punta a otra todos los matices de la escala cromática; hay emprendedores, personas de la tercera edad, trabajadores manuales, atribulados agricultores, etcétera.

Contra este fondo más o menos alegórico, destaca la figura del líder carismático: una especie de pantocrátor que despliega sus soluciones a diestra y siniestra, para encestarlas luego --a través de la canasta del televisor-- en el interior de nuestras salitas, donde toleramos cansados la sobremesa.

Cuando se acercan las elecciones, todos los grupos se mezclan alrededor del líder, enviando cada uno de ellos a su más icónico apoderado: allí está el joven junto al inmigrante (reducido ahora a un solo color), la mujer y el empresario, el miembro de la tercera edad, la persona con discapacidad, el ciudadano común (este último algo gordito y con una camisa a cuadros)..., aferrados todos con disciplina a la mayúscula del tipo que representan. Luego los focos se apagan, la cámara se retira, el líder enmudece, rompen filas los acólitos y regresan todos a ese anonimato con minúsculas donde discurren sus vidas --las nuestras-- desvaídas y silenciosas, un tanto desengañadas ya de discursos, marketing y promesas.

* Escritor