Lo común está sobre el tablero. Puede que sea una moda terminológica, una moda ideológica y, ojalá no, una moda de postureo político. Lo han puesto sobre el tapete las iniciativas político-sociales municipalistas que han sorprendido a algunos de sus mismos promotores. La idea de la construcción y la defensa de lo común es un modelo asentado sobre comunidades construidas sobre la confianza que son capaces de cooperar y compartir el uso (más que la propiedad) de los bienes básicos para la vida: un mundo de todos y de nadie.

El modelo es la única alternativa en un mundo finito donde los recursos empiezan a escasear, donde la energía basada en el carbono se agota y está en manos de unos pocos, y donde los efectos del cambio climático causados por la forma de producción actual amenazan con destruir los ecosistemas y los recursos naturales básicos que abastecen a grandes poblaciones y amenazan la forma de vida de otras. Un cambio climático que, sin embargo, no preocupa a unas élites dispuestas a concentrar los recursos menguantes en manos de unos pocos. Efectivamente, es "el capitalismo contra el clima" como señala Naomi Klein y, sí, "lo cambia todo". Porque el capitalismo desregulado de la globalización ha acelerado aún más, si cabe, este proceso que se cierne sobre gran parte de la humanidad y que es el trasunto de la crisis-estafa económica que vivimos/padecemos. Ante ello no cabe otra oportunidad que empezar una transición hacia un nuevo modelo sostenible, de economía democrática en el uso de nuestros recursos materiales y energéticos y su distribución o se agudizará la luchar por los recursos menguantes concentrados en apenas un 1% de la humanidad.

Teniendo en cuenta el antecedente de Grecia, la alternativa sigue siendo la construcción de un nuevo paradigma completo y un relato de mínimos creíble para la ciudadanía. En el caso estatal, el caso español, debería plantear con claridad la supresión de la reforma del artículo 135 de la Constitución, base de toda la prioridad del pago de una deuda en gran parte ilegítima; la auditoría de esa misma deuda; la supresión de los oligopolios energéticos y el desarrollo de la democracia energética (previa nacionalización, quizás) y la constitución de redes de autoconsumo y productores (prosumidores); la elevación del salario mínimo hasta niveles suficientes para una vida digna y de la pensión mínima, así como una renta básica; la puesta en marcha de procesos de participación democrática constante y directa; el desarrollo de un modelo económico cuyo balance incluya a su comunidad y al bienestar social y vuelva a localizar la producción y el consumo; y la apertura de un nuevo proceso constituyente que reinicie una verdadera democracia construida por una sociedad sin miedo y que coopere con otros pueblos y sociedades que construyan en Europa y en el mundo realidades similares. Un proceso que sume desde abajo y que en ese proceso de redes transnacionales desafíe al modelo que Europa ha construido en torno, sobre todo, al euro y a su mantenimiento como divisa internacional a costa de la dignidad de las personas y unas instituciones escasamente democráticas, como las que negocian el futuro tratado de libre comercio conocido como TTIP.

Es necesario articular, por tanto, ese mínimo común múltiplo sobre un programa común, de transformación y de transición hacia otro paradigma y no solo una suma de siglas o una iniciativa de partidos. Esa construcción de un nuevo paradigma puede tener un primer paso en los procesos electorales existentes, pero tiene que producir una nueva realidad, con tres patas, la institucional (presencia, influencia y gobierno), la social (apoyo de colectivos y en la calle) y la económica (con un nuevo paradigma basado en el bien de las comunidades, la colaboración y la cooperación, y adaptado a los territorios). Una nueva realidad que ponga en el centro a las personas y a los cuidados para una vida mejor y no a las estructuras ni a las organizaciones ni los esquemas ideológicos, como siempre se ha hecho en un mundo de hombres. Todo lo que no consiga construir una alternativa fuerte en esos tres lados del triángulo, no conseguirá ser más que flor de un día, y será de cocción lenta, no en un periodo de tres meses antes de unas elecciones. Serán pactos de pasillos o de comisiones de miembros de partidos diversos. Pero no será la aportación de los mínimos comunes múltiplos de las distintas tradiciones de lucha y construcción de otro mundo posible, sino el germen de un máximo común divisor en distintas facciones y personalismos. Será el germen de la sociedad de lo común, de la cooperación y de la empatía, o no será. Será el tiempo de las mujeres. Versará sobre los problemas de la gente y los programas y proyectos para solucionarlos. Ese es el relato del mínimo común múltiplo. ¿Estamos maduros para contarlo y oírlo?

* Profesor. Miembro de EQUO y concejal de Ganemos Córdoba