Los políticos de este país, no todos, pero sí los suficientes como para que nos demos por aludidos los ciudadanos, han revolucionado nuestro imaginario colectivo de tal manera que ni siquiera ya sabemos distinguir los conceptos de pobre o rico. Hasta hace poco un pobre, con todos los respetos, era una persona que no tenía lo necesario para vivir, o que lo tenía con escasez; y un rico, una persona que tenía mucho dinero o muchos bienes. Estos son los significados asépticos de estos dos estatus sociales. Pero la política, sobre todo cuando viene aderezada de filosofía parda o demagogia, o en el peor de los casos, de intereses bastardos, subvierte y pervierte todo aquello que toca. A los hechos me remito. Según Susana Díaz ha pontificado, ni más ni menos que en un reciente Pleno del Parlamento andaluz, aquellos que están afectos por el impuesto de sucesiones también andaluz, son millonarios. Si diseminamos la afirmación de Díaz como si de un análisis forense se tratara, nos encontramos primero el concepto de impuesto enfrentado al de millonario y nos retrotrae en nuestro imaginario colectivo casi a los sentimientos más viscerales no ya de la época de la Revolución Industrial, sino a los de la Revolución Francesa. Y por tanto, ese impuesto que grava el patrimonio de esos ricos o millonarios se justifica sin rebozo. Pero no todo queda ahí. El hecho de hacer afirmaciones tan generalistas no solo entraña altas dosis de demagogia y manipulación, sino que se mete de lleno en el agitprop bolchevique. Si piensa que exageramos, dígame querido lector/a ¿qué pasa cuando alguien hereda una casa, por ejemplo de su madre, en donde además reside y no tiene dinero para pagar el impuesto de sucesiones y donaciones andaluz? Pues si no lo sabe, con gusto y humildad se lo digo: que le embarga el inmueble o tiene que renunciar a la herencia y luego en una subasta pública se lo queda un rico o un millonario de los de verdad. Y Ahora ¿quién es el millonario, el pobre y hasta el ladrón?

* Mediador y coach