Ha vuelto al ruedo de la actualidad, en estos días, cuando se cumple el 75 aniversario de su muerte y su nombre evoca tantos paisajes tenebrosos, como horizontes luminosos su poesía. Hablamos de Miguel Hernández, uno de los poetas y dramaturgos de mayor relevancia que ha tenido la cultura española. El ministro Íñigo Méndez de Vigo escribía que «es obligación de las instituciones, y naturalmente del Ministerio de Cultura, aprovechar este aniversario para difundir su obra y profundizar en ella para que el poeta de Orihuela ocupe el lugar que se merece en la historia de la literatura española. Su poesía es ya legado común de todos». Muchos de sus lectores lo contemplamos como el poeta que escribió los más bellos versos sobre la amistad, en su Elegía a la muerte de un amigo, preciosos abrazos para el alma. Sólo la frase introductoria ya causa escalofrío: «En Orihuela, su pueblo y el mío, se me ha muerto como el rayo Ramón Sijé, a quien tanto quería». También nosotros, todos nosotros, los de aquella hora y los de esta época, sabemos lo que es «un manotazo duro; un golpe halado; un hachazo invisible y homicida, un empujón brutal», que te deja en un instante sin un amigo, sin un padre, sin una madre, sin un hermano, sin alguien a quien querías con toda el alma. Pero lo que más me impresiona de la Elegía es su recorrido interior. Las primeras estrofas, después de la frase de introducción, nos hablan de tu inmensa pena, de tu terrible dolor. «Por doler, te duele hasta el aliento». Después, en tres versos de transición nos llevas a través de la protesta iracunda, de la venganza incendiaria contra todo y contra todos: «En mis manos levanto una tormenta / de piedras, rayos y hachas estridentes / sedienta de catástrofe y hambrienta». Si Ramón ha muerto, ¿por qué otros merecen sobrevivir?, ¿por qué debe el mundo seguir existiendo si no tiene sentido? Entonces la furia se transforma en voluntad violenta, todavía ávida y provocativa. Vas a luchar contra la muerte, vas a recuperar a Ramón. Quieres «escarbar la tierra con los dientes, quieres besarle la noble calavera y desamordazarle y regresarle». Pero, súbitamente, aparece como un vislumbre de alegría y de esperanza. Entonces fue cuando escribiste uno de los versos más evocadores que se han escrito nunca y que difícilmente podrán escribirse jamás. Una llamada a decirnos tantas cosas que no tuviste tiempo de decirnos en vida. Dices entonces: «Tu corazón, ya terciopelo ajado, / llama a un campo de almendras espumosas / mi avariciosa voz de enamorado. / A las aladas almas de las rosas / del almendro de nata te requiero, / que tenemos que hablar de muchas cosas, / compañero del alma, compañero». Espero que, como llamaste a Ramón cuando tú estabas en plena salud y él todavía caliente en su tumba, Cristo te haya llamada a ti, Miguel, a través de tu amigo del alma, cuando te morías a chorros en la cárcel. Que a tu conversación con Ramón se hayan unido, al pasar el tiempo, tu mujer, tu hijo, la novia viuda de Ramón, vuestros amigos de Orihuela… Espero poder participar en vuestra tertulia de eternidad, y bajo el mar de almendros en flor, cubiertos por el dosel de espumas de rosas blancas con alas, podamos hablar de muchas cosas. También de poesía, «compañero del alma, compañero».

* Sacerdote y periodista