La amenaza del terrorismo está ocupando el centro de la opinión pública mundial. Los jefes de Estado y de Gobierno del mundo entero están igualmente ocupados en ver la manera de acabar con esta amenaza. Los atentados sobre París han constituido, sin lugar a dudas, un golpe preocupante a la seguridad de los ciudadanos. Esto es cierto y, por ello, es lógico que tanto la opinión pública como la estrategia de los gobernantes se estén ocupando del terrorismo.

Pero en el mundo que estamos viviendo el terrorismo no es el único problema mundial. Hay otro, más silencioso, pero tan grave y amenazador como el propio terrorismo: la pobreza. No estoy en condiciones de asegurar si la pobreza es el origen y causa del terrorismo, o no. De lo que sí estoy cierto es que la pobreza está ahí. Que si se consigue acabar con el terrorismo, nuestro mundo seguirá siendo igual de inestable que ahora. Los ciudadanos del mundo no morirán por el impacto de una bomba, pero seguirán muriendo de hambre, enfermedades, carencia de agua, de salud, de educación. La pobreza en que vive el 60% de la población mundial es un desajuste ético del sistema social, económico y político del mundo. Es además una amenaza para los que vivimos con un confort razonable. Por razones éticas evidentes, pero además por el propio interés de los que nos podemos considerar ricos, extirpar la pobreza es imprescindible.

El combate a la pobreza ha de hacerse desde varios frentes, no basta con uno solo. Un frente evidente es la política internacional de los estados soberanos. Las agencias de cooperación juegan un papel esencial. Otro frente es el de los organismos internacionales: la ONU, el Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional. Un tercer frente es de las ONG que voluntaria espontáneamente aportan recursos humanos y financieros a las poblaciones pobres del planeta. El cuarto frente son los gobernantes de los propios países pobres. Es escandaloso el nivel de corrupción y despreocupación por el bienestar social de muchos, demasiados, de estos gobernantes. El quinto frente es la capacidad de las propias poblaciones pobres para sacudir por sí mismas el dogal atenazante de la pobreza. Los cinco frentes son precisos. Hoy quisiera ocuparme del último, del quinto.

Los pobres son capaces de generar riqueza, de la misma manera que son capaces los ricos. Lo que necesitan es que se les dé las mismas oportunidades que el sistema ofrece a los ricos. Ni Endesa, ni la Telefónica, ni Repsol podrían hacer inversiones, si no tuvieran acceso al mercado del crédito. Los pequeños ahorros de multitud de familias convergen a través del sistema bancario al mercado del crédito, ofreciendo a las grandes sociedades la posibilidad de emitir obligaciones, de tomar préstamos, que ellas invierten, y con los beneficios obtenidos remuneran a los ahorradores. Si se da a los pobres la misma oportunidad, son capaces de hacer lo mismo. Tomar préstamos, invertirlos, generar riqueza, pagar los intereses y devolver el principal del crédito. Si lo hacen los ricos, también son capaces los pobres de hacerlo.

Este fue el descubrimiento de un profesor de Economía en la Universidad de Chitagong (Bangladesh). Camino de la Universidad cruzaba todos los días un barrio extremadamente pobre. Pudo comprobar que las mujeres del barrio compraban con préstamos de usureros, a razón de un interés del 15 al 20% diario, mimbres para fabricar cestos. Tuvo la ocurrencia de prestar a tres mujeres 10 dólares a un interés razonable. Las tres mujeres le devolvieron los 10 dólares del principal y los intereses acordados. No dio una limosna, simplemente prestó dinero, de la misma manera que cualquier banco le presta dinero a Repsol. De tres mujeres, pasó a 15. El volumen de su cartera de clientes aumentó. Con el tiempo llegó a constituir el Grameen Bank (Banco Rural, en la lengua de Bangladesh). Hoy el Grameen Bank es una potencia industrial y financiera.

El descubrimiento de Muhamed Yunus se ha difundido a lo largo y ancho del mundo, y ha generado el término de microcrédito : préstamos de escaso valor nominal, 50 a 150 dólares, a pequeños productores artesanales, pequeños comerciantes. En su inmensa mayoría, un 95%, mujeres. El microcrédito no es una limosna, es un negocio financiero. Se gestiona con la misma técnica bancaria con la que funciona la banca convencional. Se apoya en la capacidad de los pobres de generar riqueza. Es un negocio de los pobres, para los pobres, con mejor tecnología que la de los ricos.

* Profesor jesuita