La historia nos demuestra que a lo largo de los siglos ha habido destrucción, olvido de lo anterior, odio a lo contrario, pero no es menos cierto que también ofrece ejemplos de integración. Uno de ellos es la Mezquita de Córdoba, anclada en los antecedentes de la iglesia de san Vicente y esta a su vez en un templo romano, y luego transformada en distintas fases hasta llegar a su estado actual. De todas las intervenciones, la que más ha dado que hablar es la construcción de la catedral, si bien en opinión de Rafael Moneo (FMR, nº 2, 1990), "la catedral ha dado unidad a la mezquita. Incluso la ampliación de al-Mansur, que antes carecía de sentido, se hace coherente allí donde envuelve el cuerpo de la catedral; así la presencia de las mezquitas precedentes (desde Abd al-Rahman hasta al-Mansur) se pierde, y sobrevive una sola mezquita, la compleja e incomprensible mezquita de Córdoba". Esa apreciación final puede parecer contradictoria con la expresada por el mismo arquitecto en otro lugar de su artículo: "Con frecuencia se ha relacionado íntimamente la arquitectura con la geometría, pero solo en muy contadas ocasiones esta relación alcanza la máxima perfección. Tales el caso de la mezquita de Córdoba, donde el uso de la estereometía para cortar la piedra se llevó hasta límites nunca anteriormente alcanzados".

¿Puede ser incomprensible algo reducible a términos geométricos, y por tanto matemáticos? Entiendo que la respuesta reside en la forma en que los visitantes percibimos ese espacio, desde el patio de los naranjos hasta que penetramos en ese bosque de columnas que invita a la reflexión. En la misma revista citada, junto al artículo de Moneo, se reproducía un texto del escritor y crítico de arte inglés Sacheverell Sitwell. Describe sus sensaciones al entrar en el patio y luego en el interior del edificio, donde escucha en el órgano algunas piezas de Bach, explica que él no es religioso y por tanto no puede compartir los sentimientos con que se compuso aquella música, y añade: "Quizá su expresión estética me resulta aún más hermosa en razón de mi carencia". Para el goce estético, pues, no es necesario ningún sentimiento religioso, ni musulmán ni católico. Así lo explicó el poeta Ilya Ehrenburg (por cierto, nacido en Kiev, y de origen judío), cuando escribió sobre la mezquita: "Es, ante todo, el triunfo de la razón. Es un acercamiento a la exaltación del matemático: el culto a los números. En la mezquita de Córdoba los creyentes oraban, pero con más propiedad hubiesen podido ocuparse allí de filosofía o de gimnasia, meditar sobre lo infinito o resolver ecuaciones. La mezquita no es un templo, es un salón de actos".

He paseado muchas veces por el interior de la mezquita, he sentido la emoción de escuchar las notas del órgano mientras caminaba entre ese aparente laberinto de columnas que no es sino matemática pura, y también he disfrutado del sol de las mañanas de invierno en su patio de los naranjos. Hace poco, cuando por razones profesionales consulté documentación del archivo del Cabildo, cada día me detenía a observar la maravilla de la que disponemos en Córdoba, una ciudad cuyo nombre va para siempre unido a la palabra mezquita, y que en torno a esa fusión ha construido una parte importante de su imagen en el exterior. Pienso en Marie Curie, que se desplazó hasta Córdoba para verla en una de sus visitas a España (no recuerdo si en 1931 o en 1933). Por ello, resulta incomprensible, además de un error, que desde instancias eclesiásticas se pretenda borrar la denominación de mezquita. Otra cosa será la cuestión jurídica y el debate generado en relación con la inmatriculación. Por mi parte, he firmado a favor de la titularidad pública, me parece que es la manera de que mantenga su papel de ser símbolo de integración.

* Catedrático de Historia