En Granada empiezan el nuevo año peleándose para no perder la fama que tienen los granaínos de malafollás. El 2 de enero celebran el día de la ciudad conmemorando la toma de la ciudad por los reyes Isabel de Castilla y Fernando de Aragón, actualmente enterrados en la Capilla Real que es, histórica y culturalmente, el centro gravitatorio de la España tal y como la conocemos. Sin embargo, como decía, en lugar de ser un día de celebración se ha convertido en motivo de enfrentamiento entre radicales de extrema derecha e izquierda, los primeros porque tratan de convertir a los primeros reyes españoles en símbolo de esencias dictatoriales y los segundos porque cualquier cosa que les huela a España lo identifican ipso facto con criptofascismo. Estos últimos, además, proponen cambiar el día de Granada para en lugar de celebrar la gesta de Isabel (y Fernando) se haga homenaje al heroísmo de la granadina Mariana Pineda, la mártir femenina de la rebelión liberal contra el régimen absolutista decimonónico español.

En Córdoba además de importar de Granada el mal ejemplo de las tapas gratuitas, en las que la cantidad va reñida con la calidad, también se ha extendido el cainismo a través del enfrentamiento fratricida a cuenta de la Mezquita-Catedral.

Uno de los edificios más emblemáticos de Occidente, en el que se superponen la historia, la cultura y la religiosidad, ha quedado atrapado en las redes de la política más vil. El patio de los naranjos --un lugar maravilloso en el que me gusta sentarme acompañado de una tortilla del bar Santos o una hamburguesa del Burger King, lo local y artesanal no está reñido con lo cosmopolita e industrial salvo para los acomplejados y los pedantes, mientras contemplo la cara maravillada de los turistas que la visitan, ajenos a la miseria moral de los que se aprovechan de su belleza y su simbolismo para azuzarse mutuamente sus delirios ideológicos-- parece que tenga que ser partido salomónicamente por la mitad para que los miembros de la curia, a los que produce tanta alergia cualquier vestigio musulmán, puedan eliminar la denominación árabe y los extremistas laicistas, que parecen vampiros en su encono patológico contra el cristianismo, puedan apropiarse de lo que nunca les ha pertenecido, repartiéndose los restos de lo que debiera ser un símbolo de convivencia de personas que dicen creer en dioses de paz y amor.

Isabel pretendía una España unida. Mariana, una España libre. Isabelinos y marianistas al tiempo, deberíamos los españoles, granadinos y cordobeses, tener el gran ánimo y la voluntad de aventura y sacrificio de aquellas dos grandes mujeres para construir todos juntos una España unida en la libertad. Escribía el granadino Lorca sobre "Dos Córdobas de hermosura. Córdoba quebrada a chorros". Ojalá que Granada tuviera dos fiestas para celebrar a ambas mujeres. Y en Córdoba la catedral y la mezquita fuesen dos manifestaciones de lo mismo: el afán de trascendencia sumido en un estado de gracia, una sensación que podríamos denominar de cara al mundo: "mezquidral".

*Profesor