La Semana Santa finalizó, nunca mejor dicho, como Dios manda. Con victoria de la Luz sobre la Oscuridad. Eso sí, va a menor velocidad la del sol sobre los cielos plomizos. Volubilidades primaverales. Con más ajuste a la realidad solsticial la Iglesia adaptó en su momento el Dies Natalis Solis Invictus a la fiesta de Navidad. Y es que las metáforas siempre son instrumentos propicios para el debate. Por ejemplo entre quienes cantan las glorias de los rediles urbanos en los que apriscar las ovejas y quienes prefieren apacentarlas en prados abiertos y verdes sendas de los que todos disfrutar (es una manera de hablar). Al ser humano, ya se sabe, le gusta más la luz de los cielos abiertos que la oscuridad de los nubarrones de los mapas del tiempo. Al final lo deseable es poder mirar a esos campos de azul con algún tipo de esperanza (desde la propia del tiempo de Pascua a la de hallar esos mundos que nos recomienda Stephen Hawking colonizar antes de que el destino nos alcance o, simplemente, la de poder ir a la playa).

Curiosamente, y ya fuera del ámbito manantero, la antítesis luz /oscuridad, ha sido tema frecuente durante los últimos días en los medios de comunicación. Muy aplicado a la vida política. Está reciente la aparición del ultimo Goncourt El orden del día, realmente brillante, donde Eric Vouillard, siendo escrupuloso con los hechos, destapa, en el mejor estilo de Chaves Nogales, las ambiciones, cobardías y mentiras (hoy diríamos postverdades) que acompañaron el ascenso de Hitler y el Anschluss hace 80 años. Y avisa de la oscuridad que acecha desde esa mediocridad de la que el periodista sevillano convertía en paradigma a Goebbels definiéndolo como «ese tipo ridículo, grotesco, con su gabardinita y su pata torcida que se ha pasado diez años siendo el hazmerreír de los periodistas liberales (...) pero un sectario capaz de fusilar a su padre si se le pone por delante». Tal parece que Fernando Trueba lo hubiera leído cuando dirigió La niña de mis ojos. Y en el espíritu del 68 estaba la afirmación de Bertolt Brecht considerando a la mediocridad «el mayor disolvente de la política muy por encima de la propia corrupción». Luego Hannah Arendt acuñaría el concepto de la banalidad del mal.

De las consecuencias indeseadas y a veces terribles que la mediocridad tiene en la vida pública, se advierte, se readvierte y se vuelve a readvertir , todos los días y casi a ritmo de villancico, desde muy diversos sectores de esa zona media de la ciudadanía en la que, como también decía Chaves Nogales, suelen morar la ecuanimidad, la flexibilidad y buena parte de la capacidad para organizar la convivencia. Incluso a Frau Merkel le han regalado en su investidura un libro titulado El gran tobogán. El vacío de la verdad en el mundo de los políticos en el que un periodista alemán retrata a una clase a la que el poder transmuta hasta dejar de atender el interés de los votantes. Y es que la luz, cuando se desvanece, pasa por los tonos grises antes de llegar a los oscuros. Tonos grises de postverdad, de mediocridad, de irracionalidad hasta llegar a la lógica del absurdo.

Cataluña es una mina inagotable en este sentido. Pero todo su hoy, en clave de ayer, puede resumirse también en una de las crónicas de Chaves Nogales. Su fábula de los dos aldeanos catalanes que van de camino y encuentran un sapo sería aplicable no solo a muchos supuestos del prusés, sino también allende nuestras fronteras. En ella uno le dice al otro que se comería el batracio si hubiera necesidad. Y éste le contesta que le da la vaca que lleva si lo hace. La codicia y el orgullo hacen que el primero comience a tragárselo con evidente repugnancia. Ante el temor de quedarse sin la vaca el otro dice que, si anula el trato, él se come el trozo que aún le resta. Uno aliviado y otro haciendo de tripas corazón así lo acuerdan. Al rato se miran estupefactos y dicen ¿Y por qué nos habremos comido un sapo? Seguro que ustedes encuentran multitud de casos ( y nombres) concretos a que aplicarla. Por algo declina la población de estos anfibios...

Para colmo, como sucede en el Universo que circula por ahí arriba, todos estos elementos conforman un particular entramado político de materia oscura de la que, como sucede con la real de los científicos, nadie parece saber nada. Y mucho menos la manera de aclararla. Aunque, según Nature, existe una rara galaxia a 60 millones de años luz en la que aparentemente no la hay. A lo mejor tampoco en sus posibles mundos inteligentes. O suceda que, desde la oscuridad, ya solo se pueda pasar a la nada.

Al final, como al principio, mezclando metáforas y Física se llega a ciertos tipos de Metafísica (y hasta de esoterismo). Pero siempre hay que temer, como Oprah Winfrei protagonista de Un pliegue en el tiempo, estos días en las pantallas cordobesas, que la oscuridad llegue a superar en velocidad a la luz... Y que se pare a aguardarnos en alguna esquina (dicho sea metafóricamente).

* Periodista