El cielo de Ryuichi Sakamoto me protege esta noche. Llevo toda la tarde escuchando esa cuerda estremecedora. Pero posiblemente solo el amor pueda curar el daño que te ha hecho el amor.

No estoy preparado para estas sacudidas emocionales, a los efectos etílicos de este trago largo hecho con una combinación sutilmente urdida de fenil-etilamina, dopamina, testosterona, oxitocina, vasopresina, serotonina y endorfinas. Ignoré la medicina preventiva en su día, en un momento de flaqueza en que creí tener que buscar la felicidad por el tortuoso camino del amor, con este temperamento frío y radicalmente racional con el que me castigó dios. Y ahora no sé yo si tengo fuerzas para una terapia de choque o si ya solo alcanzaré a ponerle una bonita banda sonora a mi pena.

Fue bonito sentir el rítmico bombeo de mi corazón, el denso flujo de sangre hacia esas áreas del cerebro donde se inventa el placer. Jugué con fuego con esta droga tan fuerte como las anfetaminas, y me dejé atrapar por el objeto de mi deseo. Poco a poco este veneno sutil fue inundando de hormonas mi cuerpo, alterando la distribución de neurotransmisores por todos los recovecos de mi cerebro, y exactamente igual que un obseso-compulsivo, ya no veía otra cosa que aquel objeto de mi deseo. Así de feliz me creía yo con mi amor.

Fueron días de gloria compartidos con mi oxitocina y mi vasopresina, que inundaron mi ser y me regalaron una sensación de bienestar y seguridad que jamás había experimentado. Sin darme cuenta, o quizás sintiéndolo con todas mis fuerzas, ya no quería, ya no podía alejarme de mi brillante objeto del deseo.

Y de repente, ahora. Ahora no sé qué quiero. No puedo volver atrás ni tampoco sé cómo seguir para delante. En este terrible instante de interminables noches y de soledad. En esta fatídica hora en que la banda sonora de mi vida languidece atrapada entre las ásperas cuerdas de los contrabajos.

Si no fuera porque el electrocardiograma que me hice la semana pasada me dice que no tengo ninguna cardiopatía visible, estaría temiendo por mi vida. Sé que se puede morir de amor. Y yo soy tan listo y tan hipocondríaco que estoy seguro de averiguar el camino. El corazón roto al que canta Alejandro Sanz es lo que los científicos conocen como miocardiopatía de Takotsubo, que no es más que un infarto agudo de miocardio desencadenado por un intenso estrés emocional, y que no tiene nada que ver con una obstrucción de las arterias sino con el propio músculo del amor.

La gente muere de amor. En un estudio hecho sobre varias decenas de miles de parejas se encontró que un 26% de hombres y un 40% de mujeres murieron antes de haber pasado tres años de la muerte de su pareja. Es posible que no haya una relación directa, sino que la desaparición del ser amado genera malos hábitos de vida y una tristeza y depresión tan grandes que permiten aflorar enfermedades ya existentes. De cualquier manera, hace unos días conocimos el caso de una señora que murió de tristeza abrazada a su marido recién fallecido, como si en vida hubieran sido un solo un cuerpo.

No estoy seguro de que hablar tanto del tema me vaya a venir bien para superarlo. Como pasa con cualquier otra droga, sé que necesito desengancharme. Mi duda está ahora en si debo abandonar esta heroína a las bravas, olvidándome de todo a partir de hoy mismo, o si debo buscar un suministro de metadona que me ayude a olvidarlo.

* Profesor de la UCO