El Atlético de Madrid será el primer equipo español en ofrecer a sus aficionados un lugar para el descanso eterno». Cuando leyó la noticia tuvo claro cuál era el espacio ideal para las cenizas de su padre. Al fin y al cabo siempre había sido un apasionado del fútbol, un hombre pegado a un transistor las tardes de domingo. Ojalá hubieran compartido la afición. Otra razón para la distancia que siempre los había separado. «El club colchonero habilitará un recinto memorial que servirá de columbario para que los más forofos hallen cobijo definitivo en el que probablemente haya sido el epicentro físico de sus emociones más intensas». Unos 2.000 euros. Los sacaría de la cuenta. Su padre se lo merecía. Eran muchas cosas las que se agolpaban en su mente. El hombre que lo había marcado para siempre estaba a punto de morir. Recortó la noticia del periódico y la puso como marcapáginas en el libro que estaba leyendo para aliviar el tedio de tantos días en el hospital.

Su padre estaba tan hinchado que parecía que iba a reventar. El médico -no más de treinta, gafas de pasta, un acento como de por ahí- había sido bastante claro la última vez que pasó. Cara de circunstancias. El tratamiento de pacientes con afectación hepática estaba muy protocolizado. Fracaso multiorgánico. Era cuestión de días. Tal vez horas. Una mano amable en el hombro antes de seguir con la consulta, el carro metálico cargado de historiales resonando en el silencio plastificado del pasillo.

Trasladaron al compañero de habitación. Aquello iba rápido. Una enfermera que entró minutos después le aconsejó que llamara a quien tuviera que llamar. Él le contestó que era hijo único y que no tenía nadie a quien avisar. La triste verdad. Solo unos cuantos familiares a los que veía muy de vez en cuando y cuya presencia no encajaba en semejante trance.

Resolvió con cierta ligereza los trámites del servicio funerario. En el depósito estuvo viendo fotos del Vicente Caderón hasta que se quedó sin batería. Lo tenía decidido. Fue a comprar dónuts de chocolate y se sintió culpable.

Poco antes de la misa en el tanatorio llegaron varios de sus primos del pueblo. La tía Nati, la cabeza un poco ida. Finalmente el alivio un poco mezquino de perderlos de vista otra vez. Al día siguiente la urna en el asiento del copiloto. En el camposanto del Calderón le dieron una especie de envase con motivos rojiblancos. Se celebró una sencilla ceremonia y las cenizas de su padre quedaron para siempre en la morada atlética. Cuando regresó a casa cogió unas tijeras y cortó en trozos muy pequeñitos el carnet de socio del Real Madrid del difunto. Era lo que se merecía.

* Profesor del IES Galileo Galilei