Cuanto está ocurriendo en Siria no es el único horror que tenemos los europeos, y en particular quienes vivimos a orillas del Mediterráneo, a la vuelta de la esquina. Otra monstruosidad está desarrollándose en nuestras puertas, en Libia, un país que nunca ha sido realmente tal y que ahora, desde la caída en el 2011 de Muamar Gadafi, es un agujero negro en el que se producen las peores abyecciones sin que la llamada comunidad internacional intente ponerle remedio. La información sobre la venta de personas en lo que es un mercado de esclavos en pleno siglo XXI es la última noticia llegada de los desmanes que se producen en un territorio en el que el Estado apenas existe y las numerosas facciones tribales se han convertido en milicias y grupos de poder mafiosos dedicados a negocios como el ahora revelado y al transporte de refugiados a las costas europeas. Pero esta atrocidad no es la única. Hace dos semanas trascendían las presuntas ejecuciones sumarias llevadas a cabo por el Ejército nacional de milicianos capturados en Bengasi. David Cameron y Nicolas Sarkozy intervinieron en Libia para derrocar a Gadafi y, al igual que EEUU en Irak, lo hicieron sin ningún plan para el día siguiente. Lo que vino es este caos del que nadie parece preocuparse. La única voz que se oye en los foros internacionales es la de Italia, el país que más sufre las consecuencias de este desastre, pero su queja apenas es escuchada.