En estas semanas que ando metido en la vorágine de presentar un libro en el que defiendo que la revolución masculina o será feminista o no será, con frecuencia me preguntan cómo se despertó en mí la conciencia de género. Mi respuesta siempre tiene dos argumentos. De una parte, la poderosa presencia de mujeres en mi vida, las cuales, sin que en muchos casos tuvieran ni idea de lo que implica el feminismo, me dieron rotundos ejemplos de una ética alternativa a la masculina. De otra, el aprendizaje de todo lo que ellas han aportado a la historia de la Humanidad y, en paralelo, de todo lo que han tenido que luchar por acceder a unos derechos a los que nosotros teníamos garantizado directamente el acceso simplemente por el hecho de nacer con pene. Es, sin duda, este ejercicio de memoria, sin el cual no es posible entender adecuadamente el presente ni mucho menos luchar por un futuro distinto, el que mejor nos sitúa ante la dolorosa evidencia de lo mucho que el mundo se ha perdido por no contar con los talentos y las capacidades de la mitad femenina. Todo ello unido al imprescindible reconocimiento del legado de las que en un contexto tan hostil lograron ser ellas mismas y constituirse en eslabones de una larga cadena que llega hasta el «me too».

Justo en estos momentos, en los que afortunadamente las reivindicaciones feministas empiezan a ocupar tanto espacio mediático, y ante el riesgo de que esta ebullición quede solo en una moda que incluso sea aprovechada por el patriarcado para reinventarse, es más necesario que nunca recuperar la genealogía feminista y hacer pedagogía con ella. Ese es uno de los objetivos de la espléndida exposición que en estos días podemos disfrutar en el Rectorado de la UCO. Memorables, insignes e intrépidas (1870-1931) nos muestra lo mucho y bueno que hicieron las mujeres en momentos claves de la historia. De manera didáctica y emocionante, la exposición pone rostro a tantas que todavía continuar sin estar en los manuales, que no forman parte de las referencias de prestigio y autoridad en un mundo académico tan androcéntrico y que, por supuesto, son invisibles para quienes entienden que el género es una ideología.

Memorables, insignes e intrépidas debería ser vista por todas aquellas y todos aquellos que andan por las redes sociales devaluando cualquier cosa que suponga vindicación feminista, así como por todos y todas las docentes que se resisten a aplicar la perspectiva de género en sus materias, sin ser conscientes de que continúan transmitiendo una visión sesgada de la realidad. Por supuesto, espero que también muchos de los que pasean habitualmente por los pasillos del Rectorado con sus trajes de patriarcas se sientan como mínimo interpelados por unas científicas que continúan sin estar en los programas de nuestras asignaturas o por las sufragistas que hicieron posible que hoy sus esposas e hijas puedan votar.

Memorables, insignes e intrépidas, cuyo título es toda una declaración política de intenciones, es un magnífico ejemplo de lo que las instituciones públicas, y muy especialmente las educativas, deberían hacer en materia de igualdad. Una labor que lógicamente pasa por transformar las rancias estructuras de instituciones que, como la universitaria, aún arrastran lodos medievales, pero que también exige dar autoridad a las aportaciones que las mujeres no han dejado de hacer a los saberes y a la cultura en general. Un ejercicio de memoria histórica que tiene mucho de justicia democrática, pero también de recorrido emocional por los hilos que nos unen a las que por primera vez entraron en un aula, a las que se atrevieron a dejar su huella en bibliotecas y laboratorios y, por supuesto, a las que incluso se jugaron la vida para conseguir que el sufragio fuera realmente universal.

* Profesor titular acreditado al Cuerpo de Catedráticos de la UCO