El experimentado periodista Lluís Bassets escribe el pasado jueves 22 en El País lo siguiente, a propósito del nuevo escándalo de Facebook: «Primero se quedaron con las noticias. Luego con la publicidad. Hicieron lo mismo con los impuestos. Ahora son propietarios de los gustos, sentimientos e ideas de los ciudadanos». Y es a causa del comercio delictivo con estas últimas sustracciones (qué pensamos, cómo actuamos, cuáles son las emociones que nos mueven) por lo que se le pide cuentas por primera vez en serio al poderoso Zuckerberg, dueño de Facebook, Watsapp y mil empresas más que atrapan a medio mundo con su red de telas de araña tan efectivas. El Congreso norteamericano lo llama a declarar, también lo exige la Camara de los Comunes británica y Bruselas anuncia un impuesto sobre ventas en Europa a las tecnológicas.

Si, por primera vez parece que se les coloca en un cierto aprieto al obligarles a responder, cuando todas las preguntas y exigencias las vienen haciendo ellos en la última década. Además, ¡eureka! en Amazon crecen las huelgas de trabajadores. ¿Estará pasando algo? Puede, pero nadie atisba quién estaría activando una cierta oposición sobre los poderosos y sus empresas de la comunicación y el big data. Porque parece decidido que la empresa del futuro (que ya está aquí) pasa por sus manos y depende de sus conocimientos. Y aquella que no se suba al nuevo Carro de Elías de los algoritmos esta muerta. O sea, que la mayoría de las empresas del mundo están en lista de espera para el achataramiento. Y en estas, los gobiernos han desaparecido o casi. Sin movernos de España, es palpable que la derecha política española, nuestro Gobierno, nada hace en esta materia (y también en numerosas más) y espera a ver cómo actúa Bruselas para orientarse; Ciudadanos está en otra cosa: alcanzar la Moncloa, y al partido morado se le reconoce solo por el mazo que golpea contra todo. ¿Y los socialdemócratas? Aquí encontramos la mayor decepción. Encararse con los tiempos difíciles para buscar el mejor acomodo para los débiles, y hacerse fuertes en las ideas de la libertad y solidaridad, los hizo fuertes y útiles dentro del espectro de la izquierda europea.

Ahora se disuelven en cutres conflictos internos aquí y en toda Europa cuando tan cerca tienen el tajo que podría redimirles. Atemperar el rumbo de la nueva economía global y tecnológica y desenmascarar a tanto dictador como amanece, debería ser casi su única misión. Porque sus banderas de siempre: la igualdad, el empleo, la protección social y y cultura para todos están, una vez más, en grave riesgo.

* Periodista