No hace mucho tiempo, escuché decir a una mujer inmigrante africana en España, que ella no venía a nuestro país, ni por capricho ni por casualidad. Su «excusa» era mucho más sencilla y simple, ella emigró por culpa del hambre. Continuaba diciendo que, mientras un medio mundo sufre, el otro medio se mantiene al margen y hasta contrario al crecimiento del otro medio mundo. Parece como si la anestesia mental a la que estamos sometidos en esta sociedad occidental y alienada, no nos permitiera ver la realidad más allá de nuestras fronteras; algo muy curioso, pues tampoco hace falta irse muy lejos para ver las necesidades de gran parte de la población; incluso dentro de nuestras propias fronteras existe «otro medio mundo» casi escondido, pero que a poco que nuestras conciencias nos lo permitieran, lo veríamos.

Más de ochocientos quince millones de personas pasan hambre en el mundo y, sin embargo, ni existe solución a corto plazo, ni las conciencias de los que son «alguien», hacen nada por cambiar esa realidad. Es muy difícil para un occidental razonablemente bien alimentado y con el «martilleo» constante de su sometimiento por parte de todos los que venden algo en esta sociedad consumista, ni tan siquiera ponerse una rato a pensar que hay gente que muere por no tener ni que llevarse a la boca. Niños mal nutridos, que en el continente africano llegan a ser uno de cada cuatro de los que nacen. Esa malnutrición es la causa de casi la mitad (45%) de la muerte de los niños menores de cinco años allí y suponen más de tres millones; cien mil cada año de vidas segadas antes de ni tan si quiera florecer a esa vida. En los países del tercer mundo, un niño de cada tres, presenta un retraso en el crecimiento inferior al normal y hasta en países desarrollados, uno de cada seis niños --aproximadamente 100 millones-- presentan peso inferior al normal y más de sesenta millones de niños acuden diariamente a la escuela de este primer mundo, con hambre.

Con todo, nacer mujer en muchos países, supone un agravante aún mayor; un dato (de la propia FAO) si las mujeres que se dedican a la agricultura, tuvieran igual acceso que los hombres a los recursos, ciento cincuenta millones de personas dejarían de pasar hambre en el mundo. No es mala cifra, verdad?... Pues mientras todo esto ocurre, a los líderes mundiales parece no preocuparles en absoluto estos fríos datos con rostro y nombre, ni se les mueve una pestaña tratando de resolver algo tan sangrante e inhumano. El presidente estadounidense, Donald Trump, ha encabezado y el Senado estadounidense ha aprobado, una rebaja fiscal para los ricos más ricos del país, que supondrá más de dos billones de dólares, que dejarán de entrar en las arcas del Estado, dinero necesario para resolver los grandes problemas de carácter social en el que se considera, país más desarrollado de la tierra.

Este concepto de desarrollo es otra cuestión que suscita gran controversia entre unas y otras teorías económicas según la manera de ver el mundo y de la sociedad; aunque, eso sí, la teoría ganadora viene siendo día tras día la de entender la vida como una carrera de velocidad por el crecimiento a cualquier precio.

También la ONU, que es un organismo sostenido por los mismos países que generan la gran desigualdad mundial, dispone sin embargo, de unos parámetros distintos para medir el desarrollo, el llamado Índice de Desarrollo Humano (IDH) donde distintos parámetros no tenidos en cuenta nunca en sus propios países por los gobernantes de turno, son los que miden un verdadero y justo desarrollo para la población. El IDH surge como una iniciativa del economista pakistaní Mabud Ul Haq donde los países partieran de otras variables que no fueran las usadas tradicionalmente en economía (PIB, balanza comercial, consumo de energía, desempleo...). Conceptos como educación (índice de alfabetización, número de matriculados por nivel educacional, etc.), salud (tasa de natalidad, esperanza de vida, etc.) miden con mayor fiabilidad cómo realmente viven las personas. Lo malo es que hay personas repartidas por todos los países de los «dos mundos» y hasta países enteros, que en cualquiera de esos dos parámetros estarían en los «números rojos» de la miseria y la desesperación.

Así está el mundo (el medio mundo) nuestro, que mantiene y al mismo tiempo somete al otro medio. Mientras, soñaré yo también y haré mía la frase de Galeano: Sueñan las pulgas con comprarse un perro y sueñan «los nadies» con salir de pobres.

* Diplomado en Ciencias del Trabajo