En una reciente visita a Medina Azahara, la ya hoy Patrimonio Mundial de la Humanidad, una chica joven que nos tocó como guía aquel día, cuando había recorrido pocos metros y aún no había llegado a su explicación del meollo histórico de uno de los yacimientos arqueológicos mayores de España, nos espetó, con ese casi énfasis rotundo que aparece en la inscripción que Dante encuentra en la puerta del infierno al iniciar su viaje; «Abandonad toda esperanza, quienes aquí entráis». Aquella joven guía no solo nos pedía, sino que nos exigía si queríamos comulgar con su explicación histórica y cientifista, que nos olvidáramos de aquella leyenda que el amor a una mujer, sembró de almendros la falda de la sierra cordobesa. Dicho a la forma y manera de aquella muchacha guía que la historia de amor del califa Abderramán III era un cuento chino. Algunos de los que hemos crecido con la leyenda nos miramos unos a otros y nos quedamos como si en la entrega de cartas de los niños al rey Melchor en el pórtico del Corte Inglés alguien gritara con megáfono que los Reyes Magos no existen. Supongo que esto pasa cuando alguien mira a Medina Azahara como un botánico mira a una rosa. Aunque Becquer de esa rosa podría preguntar «¿Cómo vive esa rosa que has prendido junto a tu corazón? Nunca hasta ahora contemplé en la tierra sobre el volcán la flor.» Las leyendas son la otra historia de los corazones que pusieron piedra sobre piedra. Esas historias nadie las puede poner en entredicho, ni siquiera el arqueólogo más arqueólogo de todos los arqueólogos. La Ciudad Brillante, esto es, Medina Azahara, la historia le dio un esplendor inusitado; fue destruida sin piedad, mantenida en sus vestigios y ruinas hasta el momento, y ahora la Unesco le concede el título. Aunque su leyenda de amor siempre ha permanecido intacta, escondida en ese lugar de la piedra donde quedan las palabras. Qué nadie la haga ruinas en las ruinas. Y menos ahora que es Patrimonio Mundial de la Humanidad.

* Mediador y coach