Siempre los admiré, desde muy niño. A los chicos de mi edad no les gustaban, pero juro que yo jamás les tuve miedo. Para mí fueron siempre --aún lo siguen siendo hoy-- ángeles de la guarda a nuestro servicio, y, en aquellos años gélidos, tan grises, cuando el mundo era siempre invierno y en el pueblo la escarcha se eternizaba en los tejados, la figura del médico en el ambiente rural desempeñó una labor muy positiva y era tan valorado y respetado como, por ejemplo, el maestro o el alcalde. Hoy, sin embargo, no se les respeta ni a unos ni a otros (hablo de médicos y maestros; lo del alcalde entra en otro ámbito), y, lo que es más grave e imperdonable aún, apenas se les valora su labor. Y no es que uno sienta nostalgia de otros tiempos --el pasado, el de este país, fue muy sombrío y echarlo de menos sería una canallada--; pero sí que es verdad también, por otra parte, que no todo fue negativo en ciertos ámbitos, pues quizá no supimos hacer una transición, o un paso de la represión a la libertad, de una manera lógica y sensible, manteniendo valores como el respeto a la autoridad o al profesional que ejerce una labor que siempre recaba en beneficio nuestro.

En la sociedad actual, según se ve, se ha fracturado la relación normal, la coherente y más lógica, entre médico y paciente. En los últimos meses, o años, da lo mismo, son muchos los casos de médicos agredidos, verbal o físicamente, en su consulta, en el centro de Salud o incluso en Urgencias. Aunque soy reacio a dar cifras cuando escribo, sí puedo decir que en el año 2010 fueron agredidos en nuestra ancha piel de toro por diversos motivos más de cuatrocientos médicos. Creo que son unos datos tan escalofriantes que deberían movernos a reflexionar sobre el delicado asunto seriamente. Cuando está siendo puesto en duda hoy más que nunca el sistema de sanidad pública que gozamos (algunos políticos quieren privatizarla) el apoyo a los médicos es más que nunca necesario y agradecer su labor profesional es, por pura lógica, importante para todos, pues directamente a todos nos afecta.

He tenido la suerte de contar desde hace décadas con la enorme confianza de grandes médicos a mi lado. En mi pueblo natal, donde residí hasta hace unos años, tuve de cabecera a un médico excelente, de trato muy cálido y un carácter muy accesible en el que siempre hallé, cuando enfermé, un trato humanísimo y un consuelo extraordinario, lo cual se agradece en los momentos más difíciles, cuando uno se siente más frágil y vulnerable. Este médico, Amhed Zoüer Sarraj, de origen sirio, durante tres largas décadas llevó a cabo una ejemplar labor profesional que dejó en sus pacientes una huella positiva. Lo mismo que he dicho de Amhed, debo decirlo de otro médico grande, Antonio Moreno Viso, que falleció por desgracia hace diez años en un fatal accidente de automóvil cuando viajaba de Córdoba a mi pueblo. Antonio Moreno Viso, en paz descanse, dejó una huella cálida e imborrable en pueblos como Belalcázar, Villaralto y Fernán-Núñez, en los que ejerció su labor profesional de una manera muy sobresaliente e hizo buenos amigos entre todos sus pacientes que aún lo recuerdan, me consta, con nostalgia. A nivel personal, en mí también dejaron huella Antonio y Amhed, y hoy quiero agradecérselo. Estuvieron conmigo cuando los necesité, ofreciéndome siempre, a nivel profesional, un trato exquisito y un afecto inenarrable. Cuando uno se halla más o menos enfermo, acude a su médico buscando afecto y comprensión, y en la mayoría de los casos uno la halla; pero si esto no ocurre, debe al menos respetar al profesional que tiene enfrente, y discrepar dialogando en todo caso, pero nunca insultar, amenazar o ir a las manos.

Aunque un día conseguimos alcanzar la democracia y dejamos atrás los años neblinosos, aquellos de los inviernos interminables, aún quedan por superar muchos residuos y reminiscencias de la Dictadura. La libertad, si se ejerce sin razón, es como una cierva torpe que se adentra en un bosque frondoso, oscuro y sin salida. Cuando oigo o escucho que un médico ha sido golpeado, agredido o zarandeado en su consulta, siento un dolor difícil de explicar, y, como si el tiempo corriera para atrás, regreso a la edad del frío y de la escarcha que nos dejó en la sangre la posguerra, consciente de que aún estamos como ayer y nunca aprendemos, ni evolucionamos, presos de la arrogancia y la soberbia.

* Escritor