Uno de mis nietos me preguntaba: abuela, ¿cuántos años me faltan para ser viejo? Me sorprendió la pregunta por la preocupación que intuía conllevaba. ¿Y para qué quieres saberlo? Todavía te queda mucho por vivir joven. Es que yo no quiero ponerme tan feo como los viejos, como el abuelo de mi amigo... Sinceramente esta preocupación de un pequeño me llevó a una más que profunda reflexión. De niños pasamos a jóvenes y de jóvenes a adultos sin apenas darnos cuenta, como si se tratara de un paso normal en el que nos seguimos sintiendo vigorosos, ilusionados, jóvenes, en una palabra. Pero he comprendido que hay un travesía, la de mayor a viejo, que no todos tenemos que recorrer de idéntica manera, porque no se trata tanto de años como de actitud. Quiero decir que hay mayores que llegadas unas determinadas circunstancias y años de DNI asumen sin más el rol de viejos y salvo excepciones que las hay por invalidez, enfermedad, etcétera. se traduce en una dejadez total, fruto, ¡claro está! de la pereza y achaques que son propios, pero no invalidantes. No se duchan, no se cambian con frecuencia de ropa, no se renuevan para nada, no quieren gastar un céntimo porque les obsesiona el ahorro, son pesimistas, negativos, intolerantes... Las mujeres, además, visten, peinan, hablan y hasta usan idénticos tonos de tinte de pelo y ropa. Unos y otras pasan de todo y todo lo critican, hacen constante alusión al pasado y para más inri, cuando se presenta la ocasión, proclaman su eterna juventud. Ya lo dice el escritor francés Renard: La vejez existe cuando se empieza a decir: nunca me he sentido tan joven. Y no es verdad, pero lo último, perder la personalidad y pasar a ser ser hombres y mujeres seriados. Un paso definitivo, pero hay que mantener erguido el árbol para que caiga majestuoso a la tierra, cuando llegue la mano del talador.

* Maestra y escritora