Seis meses después de la activación del mecanismo para poner en marcha la salida del Reino Unido de la Unión Europea, y sin que las tres rondas negociadoras habidas hayan arrojado un resultado mínimamente relevante, una Theresa May muy debilitada políticamente lanzó ayer en Florencia un gesto conciliador en busca de simpatía para desbloquear el impasse. A diferencia de sus anteriores intervenciones sobre el brexit, manifestó cierta apertura en cuestiones importantes, como el tiempo de transición y las obligaciones del Reino Unido en este periodo, la factura del divorcio o los derechos de los ciudadanos europeos, pero sin concretar demasiado. Para valorar la importancia y la fuerza de este discurso hay que esperar a la primera semana de octubre, cuando se reúna la conferencia anual del Partido Conservador. Será entonces cuando saldrán a la luz las divisiones sobre el brexit, que amenazan a la propia May. Su Gabinete ha sido desde el primer día un nido de intrigantes. Hasta ahora May había conseguido surfear sobre las diferencias y los egos de sus ministros, pero la ola puede acabar engulléndola en la reunión tory. El título de su conferencia era: Una historia compartida, unos desafíos compartidos, un futuro compartido. En su intervención se refirió a las similitudes en objetivos y principios entre su país y la UE. Siendo así, ¿hacía falta el brexit?.