La textura verbal de Matilde Cabello es una tersura en un pliegue de tiempo. Tanto en sus novelas Wallada. La última luna , como El pozo del manzano , y también en su libro de poemas La tierra oscura , hay una escritura de paladeo corpóreo, una ternura de los materiales expresada con esa pulcritud limpia de los cuerpos que también es un arte en las manos abiertas del gran escultor José Manuel Belmonte. En Matilde Cabello transitan otras vidas, una serie de escenas del pasado, una mitología personal puesta en movimiento, en el baile evocado sin música de orquesta, pero con su marea de palabras. Esta semana ha ganado el I Premio de Poesía Juana Castro, y el galardón, con un nombre tan justo, no puede empezar de mejor forma. El libro se titula Juego desigual , y esto es la vida: un juego desigual en que las fuerzas a veces nos sacuden el sitio, nos sacan de nosotros y nos llevan a un paraíso intacto. Matilde Cabello es muy querida en Córdoba por sus espléndidos programas de televisión y por sus excelentes talleres de escritura y lectura para mayores, pero ha seguido siendo una poeta demasiado secreta. Juego desigual se publicará en Renacimiento. Hoy también podemos renacer en su verso despierto, en su dicción sin mácula, con los pies asentados en el barro del día. En los ojos enormes de Matilde hay también otros ojos: los de un hombre genial, Paco Cerezo, locutor del abrazo, que fue un poeta vital sin vaivén de palabras. Al hablar de Matilde y su poesía, pienso en Vicente Núñez, en la mesa redonda de El Tablón, en La Caleta de Cádiz y en la arena extendida como un cielo descalzo.

* Escritor