Como en el salvaje Oeste, Donald Trump se ha agarrado a su botón atómico para imponer un orden en el que no hay amigos, solo enemigos y servidores. No hay política, solo amenazas. Los pistoleros no dan explicaciones, dejan que el silbido de las balas marque la dirección que hay que seguir. El presidente de EEUU, con la ruptura del acuerdo nuclear con Irán y el traslado de la embajada a Jerusalén, ha dado rienda suelta al «fuego y furia como el mundo nunca ha visto», que pretendía lanzar sobre Corea del Norte. Unos 60 palestinos muertos son sus primeras víctimas.

Vivimos en un mundo mucho más peligroso que hace un par de años, un mundo en el que la guerra nuclear está más cerca. Oriente Próximo es la zona más volátil de la tierra y la alianza de carácter belicista sellada por Trump con Netanyahu y el monarca saudí contra Teherán supone el riesgo de desatar un conflicto nuclear. El Gobierno israelí no reconoce tener armas atómicas (aunque almacena unas 200) y, por tanto, no se ha comprometido a no ser el primero en usarlas.

En enero pasado, la Administración Trump revisó la política nuclear de su país para reducir algunas de las restricciones que tenía y con ello mejorar sus capacidades militares. La revisión refuerza el principio de ser el primero en apretar el botón nuclear. Nadie del entorno trumpiano cuestionó la moralidad de esta política, que aplauden Gina Haspel, supervisora de las torturas en una cárcel secreta en Tailandia y ahora directora de la CIA, y el nuevo consejero de Seguridad Nacional, John Bolton, quien como embajador de Bush en la ONU defendió el uso unilateral de la fuerza por EEUU y pidió bombardear Irán y Corea del Norte.

La revisión atómica se acompaña de la modernización de los arsenales estratégicos iniciada por Barack Obama, quien en el 2010 se rindió a los halcones del Pentágono y destinó un billón de dólares a la puesta al día de este armamento. Trump ha ordenado completarlo con nuevas armas disuasorias, como las «tácticas de baja carga nuclear», que pueden ser miniaturizadas y colocadas en las cabezas de misiles balísticos y de crucero para ser disparadas incluso desde submarinos.

La Estrategia de Seguridad Nacional de diciembre pasado considera que la mayor amenaza para EEUU no es el terrorismo, sino la proveniente de «Rusia y China». Como en los escenarios más aterradores de la guerra fría, el texto señala que «después de haber sido desestimada como un fenómeno del siglo pasado, la competición entre grandes poderes ha vuelto». Pero la denuncia por Washington del acuerdo nuclear con Irán va más allá de la guerra fría. Firmado en el 2015, tras 12 años de arduas negociaciones, por los cinco miembros del Consejo de Seguridad, más Alemania y la UE, el abandono estadounidense es una sonora bofetada a sus supuestos socios. Estos se han dejado maltratar y humillar (Trump sacudió públicamente la solapa de Macron como si le quitase la caspa) para convencerle de que mantuviera sus compromisos. De igual manera, el millonario metido a presidente ha despreciado los informes de los inspectores del Organismo Internacional para la Energía Atómica que han certificado que Irán ha cumplido todo lo pactado.

«Los dos intentaremos que sea un momento muy especial para la paz mundial», escribió Trump en Twitter al anunciar que se reuniría con Kim Jong-un el 12 de junio en Singapur. Ni uno ni otro se mueven por la paz mundial sino por su propia supervivencia política, pero la espantada iraní y las declaraciones de Bolton de que Corea del Norte va a seguir el modelo de desarme nuclear de Libia han llevado a Pionyang a dejar en la cuerda floja el encuentro. Muammar el Gadafi se desprendió voluntariamente en el 2003 del arsenal atómico libio y, una década después, la OTAN bombardeó su país y favoreció su derrocamiento y asesinato.

Trump no ha ocultado que persigue, como Netanyahu y el rey saudí, la caída del régimen de los ayatolás, lo que revela su ignorancia. Washington ya trató de utilizar a Sadam Husein para acabar con el Gobierno de Jomeini, quien tras ocho años de guerra tuvo que pedir un alto el fuego. La consecuencia más verosímil del hostigamiento a Teherán es la caída de los moderados del presidente Hasán Rohaní y la recuperación del programa atómico. La proliferación sería entonces imparable. El fracaso en Yemen, donde los saudíes están enfangados desde el 2015, bombardeando sin piedad a los civiles sin periodistas internacionales como testigos incómodos, ha desatado el ansia atómica de Riad.

Con un cowboy sentado en la Casa Blanca, Bruselas debe impulsar la independencia de su política exterior y defensiva de EEUU y, con la tenacidad con que ha defendido el acuerdo con Irán, luchar contra la alarmante deriva nuclear.

* Periodista