Recientemente el Museo Metropolitano de Nueva York fue escenario de un desfile en el que se puso una vez más de relieve que la moda no está exenta de polémicas sobre cualquier tópico. En esta ocasión la iconografía y misticismo religioso aterrizaron en la gran manzana bajo el formato de propuestas creativas a la par de curiosas, en parte por el hecho de que la mayoría de quienes diseñaron dieron vida a costuras dotándolas de sentimientos propios de respeto, rebeldía o sátira hacia una tradición católica romana que ha influenciado gran parte de sus vidas.

De este evento y las fotos que circulan como memes hay muchas y diversas lecturas, en tanto que la valoración sobre las obras de arte entendida como apreciación, evaluación o interpretación genera, como es obvio, multitud de matices y reminiscencias. El arte como crítica nos evoca al uso de la habilidad y la imaginación para asociar conceptos, focalizar, ironizar, aplaudir, contemplar, reflexionar, crear objetos, entornos y experiencias. En tal sentido resulta curioso que la mayor atención la han generado figuras femeninas como Madonna, Kate Perry, Rihanna etc.; quienes más allá de la exposición mediática, formas, y peculiaridades artísticas propias, despliegan el más puro sentir reivindicativo feminista que nos habla colectivamente sobre la importancia de visibilizar el liderazgo de las mujeres en los espacios religiosos.

A este respecto, partiendo de la premisa de que machismo y democracia son incompatibles, entiendo que no debemos dar cobijo a cepas tóxicas como la invisibilidad femenina legitimada y la misoginia. En el caso concreto de las creencias, respetando cada cual lo que quiera o no creer, «faltaría más que en su patria individual y social cada uno no ejerciera autónomamente su soberanía y libertad», lo que sí es importante, es que las mujeres deben estar en primera línea en todos los espacios, y el ignorar esta realidad o mirar hacia un lado constituye una forma cómplice de perpetuar la violencia machista entronada con siglos de historia sacra adversa al pensamiento feminista.

Recuerdo de mi infancia, mis afluencias a misa, siempre preguntando por qué ellas no podían presidir los servicios litúrgicos, y por qué muchas grandes religiosas ejercían como verdaderas sirvientas subrogadas al servicio incondicional del clérigo de turno. Tanto fue mi cuestionamiento e indignación que siendo monaguillo desistí a aquella vocación de hacerme cura. En fin eso de ver las mujeres fungiendo como sacro chachas y encima utilizadas como meros satélites de la figura masculina, resulta una prácticamente realmente indignante, ¡porque sí, porque no y por si acaso! No hay justificación ninguna, con los años he entendido que ningún derecho puede supeditarse a la propia dignidad humana, y volviendo al caso concreto del cristianismo reacio al protagonismo femenino en los púlpitos mi pregunta es a quienes se mueven bajo éste contexto ¿dónde queda el lenguaje bíblico inclusivo que dice Gálatas 3:28? «No hay Judío ni Griego; no hay siervo ni libre; no hay varón, ni hembra porque sois uno».

La realidad sociológica es que siendo las mujeres la sección de la feligresía más devota, numerosa y concurrente a las homilías, ¿cómo se les paga con una invisibilidad a nivel de los púlpitos del 100%?, esto no es igualdad ni por asomo, sino la imposición de una aplastante teocracia tirana y machista, ¡y no lo digo yo! sino las matemáticas que actúan como infalibles fedatarias de tan penosa realidad. La mitra de Rihanna habla mucho más allá de un mero accesorio estético-religioso. En definitiva hay que seguir construyendo igualdades y de esto se trata todo, que ellas estén y se integren plenamente en todos los escenarios. Que se despliegue la alfombra roja, que se iluminen los focos y que desfile Simone de Beauvoir con su celebra frase «El opresor no sería tan fuerte si no tuviese cómplices entre los propios oprimidos».

Uno fue monaguillo.

* Profesor y cronista