Marwan atraviesa el mapa de las ramas sobre su silueta, hilando el territorio desde un bosque desnudo de palabras. Ayer por la noche cantó en Córdoba, en la Sala Hangar. Se quitó el abrigo calado por la lluvia para entregar su poema en pie de versos minerales, flexibles como troncos jóvenes, en esa misma luz que se vislumbra tras el aguacero. Ha llegado para revisar unos apuntes tras su paso por el invierno, después de haber llenado los garitos de Madrid con melodías escritas tras las hojas de un compás amarillo, preguntándose por la triste historia de los cuerpos vencidos, con las cosas pendientes que un día de éstos serán sueños sencillos. Desde sus inicios en el Libertad 8, hasta que puso en pie el viejo Teatro Price, Marwan ha trenzado un pulso propio, una especie de honda resonancia que se viste de swing en el poema, de desenfado y grieta ante el paso del tiempo, ajustando la fiebre sensorial al ritmo que le impone la palabra con su sonoridad. Estamos ante un autor que ha levantado su personalidad, su biografía española y palestina, escuchando a Silvio Rodríguez y Sabina, Serrat o Manu Chao, para configurar su imaginario de melodía verbal con fuego líquido, de estampas de estaciones solitarias vistas a través de ventanas mojadas, con su luz interior. Gracias a Ismael Serrano los cantautores nunca se han ido. Marwan representa una continuidad con timbre propio para aquellos que buscan escuchar el eco del poema en la canción que nos dispara el vuelo, como el mismo país que recita con Nach, para impulsarnos hacia una realidad que aún es de arcilla cantada entre las manos.

* Escritor