Precisamente porque Juan Marsé y Joan Manuel Serrat han sido más grandes que sus circunstancias, con Franco y después de Franco, ahora son un problema para el independentismo. Se les pretende obviar, ningunear, sofocar como un incendio sonoro en la palabra, un chasquido de fuego para la ideología separatista. Ninguno de los dos se ha destacado por una campaña altisonante, ni con declaraciones incendiarias, sino que se han limitado a decir No y a explicarlo educadamente. Serrat y Marsé han dicho no a este sucedáneo de referéndum forjado por un ejecutivo que gobierna solamente para una mitad de la población, excluyendo a la otra, señalando a la otra, estigmatizando a la otra exactamente igual que están tratando de hacer ahora con ellos dos. El independentismo no tolera las disidencias, como podemos comprobar en el tratamiento que han recibido estos autores, por separado y juntos: o estás con la causa o estás fuera del país. Esta nueva república catalana, que se abraza a la palabra democracia como el nazismo a la patria, es tan garante de los derechos individuales que empieza su andadura señalando con sangre de comadreja a cualquiera que piense diferente dentro del territorio. Da igual que sea Serrat. Da igual que sea Marsé. Los dos son botiflers, es decir, renegados. En Cataluña, hoy --no para todo el mundo, afortunadamente: dejémoslo en una parte de la población bastante espoleada por la Generalitat-- todo aquel que no ponga toda la carne en el asador del procés es eso, un botifler, un renegado, un españolista y un fascista.

El otro día leí a alguien en Facebook decir que Serrat y Marsé pueden decir lo que quieran --menos mal-- y que no hay que insultarlos --¡cuánta generosidad!--, pero que su opinión no cuenta más que las otras solo por haber escrito canciones y novelas fantásticas. En fin, vivimos en esta degradación de los significados y confundimos términos. Lo que sí es igual que el resto, lo que tiene la misma validez y solo a efectos numéricos, son los hipotéticos votos de Serrat y Marsé; pero sus opiniones, sus valoraciones sobre una realidad que conocen mejor que la mayoría, entre otras cosas, porque se han molestado en salir del terruño para tocar el mundo, dentro y fuera de la literatura y la música, cómo van a valer igual que las demás. Una cosa es la igualdad de derechos y otra la igualdad a secas: ni Serrat ni Marsé son la norma común, ni la normalidad, de esta vida nuestra, de esta Cataluña y esta España tuya y nuestra y de los otros. No: son más. Un tipo que escribe Mediterráneo, ese himno que llega de Algeciras a Estambul a lomos del llanto eterno, digamos que tiene argumentos más ricos con los que opinar que el último convencido con el mantra de que España nos roba. Alguien que se enfrenta al aparato del franquismo por querer cantar en catalán en Eurovisión --cuando Eurovisión importaba y te daba, de verdad, una carrera musical en Europa--, y después se exilia, cómo va a ser fascista. Comprendo que para los recién llegados a la nueva religión del procés lo sencillo es pensar que Serrat es un traidor, sencillamente porque no está con ellos. Pero la vida es más compleja y difícil. Es como Juan Marsé, que nos ha hecho amar una Barcelona que ya no existe, ese Guinardó del Pijoaparte en sus últimas tardes con Teresa, los carteles raídos por el viento y la lluvia al final de Un día volveré o la carga del charnego en El amante bilingüe. Joder, hablamos de Marsé. Si yo fuera un separatista y hubiera leído a Marsé, y supiera que no está de acuerdo con todo este movimiento, como mínimo me pararía a reflexionar. Pero claro, eso es lo que no se ha hecho: tratar de escuchar, y de entender, nada menos que a media población.

¿Qué le voy a hacer, si yo nací en el Mediterráneo? Fenicia, Grecia y Roma, hasta Cádiz de luz sobre la tarde. Un himno. Como Fiesta y Lucía: otra Barcelona. Pero antes, en Paraules d’amor y Ara que tinc vint anys, el Noi del Poble-Sec hizo mucho más por la inmersión de la cultura catalana en España que todas las políticas adoctrinadoras de la Generalitat. ¿Y qué decir de Juan Marsé, el narrador más potente desde Martín-Santos, con su estilo directo y compasivo, metálico y humano, de nervio y barrio vivo como un Shane al acecho? Son más que dos opiniones: son dos mundos. Y un proyecto nacional que se muestra orgulloso de excluirlos, como a la otra mitad de la población, hermanos y familias, y que avanza como un rodillo revolucionario sin escuchar más voces que la propia, moralmente ya ha nacido muerto.

* Escritor