La democracia es en gran medida cuestión de formas que deben cumplirse. Las sesiones de investidura acostumbran a ser un trámite en el que el candidato a presidente expone su programa de gobierno consciente de que tiene los votos necesarios para ser investido. El problema es que el bloqueo que vive la política española ha convertido las últimas tres sesiones de investidura (dos de Pedro Sánchez y la de ayer de Mariano Rajoy) en lo contrario: un trámite en que el candidato sabe que va a fracasar en su empeño. Tal vez esto explique el tono plano del discurso de investidura de Rajoy de ayer. El candidato del PP se presentó con un apoyo mayor del que tuvo Sánchez (170 diputados gracias a su pacto con Ciudadanos y Coalición Canaria) pero insuficiente para alcanzar la Presidencia. Afirmó Rajoy que no hay más alternativa que la suya y que España necesita cuanto antes un Gobierno. Desgranó propuestas (sobre todo en materia económica y fiscal), sacó pecho de la recuperación económica, advirtió de los riesgos de continuar sin Ejecutivo y defendió (sin énfasis) algunos puntos del acuerdo con C’s. Al PSOE, objeto de la presión de su discurso, le ofreció pactos de Estado en pensiones, educación y financiación autonómica, aunque la invitación más bien sonó a reproche, ya que Rajoy sigue con su estrategia de traspasar a la oposición la responsabilidad de que la lista más votada sea incapaz de formar Gobierno. H