García Lorca comenzaba su obra Mariana Pineda (1925) con un romance popular: “¡Oh, qué día tan triste en Granada/ que a las piedras hacía llorar/ al ver que Marianita se muere/ en cadalso por no declarar”. Mariana Pineda fue ejecutada en su ciudad natal, Granada, el 26 de mayo de 1831, y al poco tiempo de la muerte de Fernando VII ya comenzó el reconocimiento a su papel en el seno del liberalismo. Mariana tiene vinculaciones con Córdoba, pues su madre era natural de Lucena y su abogado defensor de Cabra. Precisamente este fue uno de los primeros en reivindicar su figura, pues José de la Peña y Aguayo publicaría poco después de su muerte una primera biografía titulada: Doña Mariana Pineda. Narración de su vida, de la causa criminal en que fue condenada al último suplicio y descripción de su ajusticiamiento (1836). El libro tiene pie de imprenta en Madrid, en la Compañía Tipográfica calle de la Bola, y se ha reeditado hace pocos años. En la Introducción el autor indica que Mariana debe ser considerada “entre las mujeres célebres, no solo de su siglo, sino de los más heroicos de la antigüedad”, y afirma que su nombre “se pronunciará por la posteridad con respetuosa veneración, y su memoria, cubierta de una gloria inmarcesible, pasará de generación en generación para no olvidarse jamás”. Y en efecto, los liberales la recordarán como uno de sus símbolos, sus restos serán finalmente depositados en la catedral de Granada. Con la llegada de la I República, en 1873, se le erigió un monumento en su ciudad, que es donde en la actualidad se le tributa un homenaje cada 26 de mayo. Además de Federico otros autores la han llevado a la literatura, bien al teatro con Martín Recuerda en Las Arrecogías del beaterio de Santa Mª Egipciaca (1970), una obra que no pudo ser representada hasta 1977, o bien a la novela con el egabrense José Calvo Poyato en Mariana, los hilos de la libertad (2013). También se realizó una serie de televisión protagonizada por Pepa Flores (1984).

Al proclamarse la II República, la figura de Mariana Pineda volvió a primer plano, y así el 9 de mayo de 1931, al cumplirse el centenario de su muerte, se publicó un decreto, firmado por el presidente Alcalá-Zamora y con el refrendo del ministro de la Guerra, Azaña, donde se expresaba la colaboración del gobierno con cuantos actos se fuesen a celebrar el 26 de mayo en Granada, ya que con ello se honraba “el sacrificio de una de las más insignes figuras del martirologio liberal, realzada, además, por los sugestivos atributos del sexo”, y se ordenaba que cada media hora “desde el toque de diana hasta la puesta del sol” se disparara un cañonazo, así como que las fuerzas militares colaboraran en las solemnidades que se acordase celebrar. Dos años después, la figura de la heroína liberal llega al Congreso de los Diputados de la mano de otra mujer relevante, Clara Campoamor, la cual, tras obtener la autorización de la Comisión Permanente de Hacienda, aparece como primera firmante de una proposición de ley el 2 agosto de 1933, junto a otros dieciséis diputados (ente ellos, Diego Martínez Barrio, Juan Simeón Vidarte y Manuel Hilario Ayuso), cuyo tenor era el siguiente: “Que se haga una emisión de sellos con la efigie de Mariana Pineda, quedando en libertad el Ministro de Hacienda en cuanto a la época y modalidad de la emisión”. La Ley se aprobó el 22 de agosto y se emitió un sello con un valor facial de 10 céntimos.

El próximo jueves será un día de reivindicación en Granada, pero habría que generalizarlo, y recordar las palabras que Federico puso en boca de Mariana camino del cadalso: “Ahora sé lo que dicen el ruiseñor y el árbol./ El hombre es un cautivo y no puede librarse./ ¡Libertad de lo alto! Libertad verdadera, enciende para mí tus estrellas distantes./ ¡Adiós! ¡Secad el llanto!». H

* Historiador