El verano siempre tiene tres hitos, como puertos de una etapa pirenaica: San Juan es la sensualidad del paganismo consentido, la expiación del fuego que también quemaba la ropa vieja en Finisterre; la Virgen de Agosto es la exaltación del retorno, las plazas del pueblo engalanadas de la nostalgia de quienes acoplaron su porvenir en ciudades dormitorio, y dejan fugaces amoríos entre primos necesariamente lejanos. En medio se sitúa la Virgen del Carmen, la algidez del Mar niño; las barcas calafateadas que se apropian para los primeros recuerdos esa mezcla de betún y salitre.

Precisamente, ese aroma de voces blancas, unido a las encallecidas plegarias de los pescadores, otorga a esta procesión el apogeo del estío. Finiquitado el Festival de la Guitarra, inexorablemente las aguas van a la mar. Ello, salvo que la patrona de los marineros procesione río arriba, no a la verita del Archivo de Indias, sino donde los romanos embarcaban ánforas de aceite.

Allí donde el Guadalquivir remolonea, antes de la Puerta del Puente, se encendieron unos fanales, listos para capturar camarones. Esta es una advocación gloriosa, lo que permite más relajaciones en su liturgia y cierta impronta napolitana en su callejeo. Pero no es impío ofrecerle a las Reina de los Mares el primer pasaje de aquella antigua travesía, la que achicaba el Campo de la Verdad, cuando las riadas convertían este barrio en un mar ignoto.

Las cofradías de pescadores no pueden mirar con desdén esta marina querencia. Los trilobites fosilizados se ocultaron en los estratos de la serranía. Mi vecino se ufanaba de haber localizado en las canteras de la cementera un diente de tiburón del tamaño de una plancha; y desde ningún lugar como las Ermitas pueden contemplarse con más predisposición las dimensiones del antiguo mar de Tetis. Cualquier neófito asignaría al caimán como insignia de una metrópoli caribeña. Sin embargo, cuando un bilbaíno se tope con Koki en El Arcángel, hasta llegará a pensar que Alberti escribió Marinero en Tierra en la Judería. No es desde luego el único caso de la imantación interior de la mar: los archivos de la Marina se encuentran en El Viso del Marqués, puro epicentro manchego.

Seamos conscientes: un surfista nunca romperá las olas junto a la Ermita de los Mártires, pero ello no debe restar el entusiasmo de vindicar nuevamente la mar. El hombre-río se ahogó en su intento. Y el paleo de los piragüistas sigue siendo un hecho insólito. Pero a pesar del pulgar hacia abajo respecto a todo lo que huela a Miraflores, sigue interesando mirar la ciudad a través de su cauce.

Con todo, tenemos en la provincia mares interiores. Váyanse a Montes Claros, El Adelantado u otra aldea de Iznájar. Desde alguna panorámica, casi emularán a los ojos de Balboa tropezándose con el Pacífico.

* Abogado