Buscando una correcta definición del hoy tan extendido fenómeno del «populismo» político, finalmente la encontré en Internet al leer la definición del instrumento que acompaña el caliente baile de la salsa, la «maraca»: «Parte esférica de una calabaza seca y en su interior piedrecillas, semillas, pedazos de cristal o de metal, los cuales producen sonido al golpearse contra la pared interna de la calabaza vacía». Es increíble cómo cada pieza de esta definición describe perfectamente los elementos que componen un movimiento populista.

Para empezar, para construir una maraca se necesita una calabaza vacía. El líder populista es una cabeza vacía de ideas, proyectos, planes, programas, objetivos concretos o cualquier otra cosa fruto de una mínima capacidad de razonamiento. El líder populista no piensa ni razona, solo «siente», y su único lenguaje, tanto verbal como corporal, es puramente emocional: grita, jura, amenaza, acusa, condena, gesticula, levanta el puño o extiende la mano, abraza, besa o llora. Pero la calabaza ha de ser bonita, pintada con colores atractivos, y así el líder populista cuida mucho su imagen: su apariencia física realzada con un bigotito, una melena, un tinte de rubio despampanante, un despeinado muy peinado, sus ademanes muy controlados, su tono de voz de profeta, su atuendo como «uniforme», y hasta su manera de andar, decidido.

Pero como la calabaza de la maraca, el líder populista es sólo una caja de resonancia, incapaz por sí sola de producir ningún sonido a menos que se llene de un grupo suficientemente grande de individuos que, eso sí, hay que evitar por todos los medios que se junten demasiado, formando una masa compacta que pueda romper la fina pared interna de la calabaza vacía al chocar contra ella con el frenético son de una salsa. El populismo es el movimiento social más individualista que existe, en él cada uno de los que participan tiene un interés personal diferente, lo único que los junta es el deseo de mostrar sus descontentos, haciendo ruido dentro de la calabaza; todas la piedrecillas saben lo que no quieren y lo que quieren destruir, pero no tienen ningún proyecto positivo en común para el futuro, excepto seguir el ritmo que les imponga la calabaza. El líder populista conoce bien este individualismo y sabe que lo único que hará actuar al unísono a la multitud de individuos dentro de la calabaza es algo que todos comparten: el miedo.

Estos «salvadores de la patria», como ellos se consideran, han utilizado, a través de la historia, los más extraños objetos y personas para infundir un miedo suficientemente grande, que pueda juntar, sin unir, a todos aquellos que, de alguna manera, o por cualquier causa, se sienten insatisfechos: miedo a los emigrantes, los extranjeros, los infieles, los judíos, los masones, los comunistas, los blancos, los negros, los rojos, los azules, la élites, la burguesía, el proletariado o simplemente «ellos» los otros, la casta; un miedo que pueda hacer sentirse a los «buenos» individuos como víctimas, amenazadas por algún «espíritu maligno», y sea de tal magnitud que prive a los individuos del valor de hacer frente a estos reales o imaginarios peligros, y les fuerce a abandonar la lucha, y esconderse en el interior de la calabaza populista.

En el concierto nacional e internacional, las maracas populistas pretenden hoy ahogar con su ruido estridente la enorme variedad de sonidos que surgen de la rica pluralidad de instrumentos que componen la orquesta de un mundo libre. Frente a este creciente ruido de las maracas populistas en Estados Unidos, Britania, Holanda, Francia, Austria, Hungría, Italia, y en la misma España, solo cabe reforzar el volumen de los instrumentos democráticos, y tocar con un forte appassionato el motivo musical y humano del lema oficial de la Unión Europea: Unidad en la diversidad.

* Profesor