El mar es melancolía y es plenitud, es nostalgia de lo absoluto y a su vez es la nada misma. Melancolía de lo dejado de vivir y plenitud de la vida que queda por vivir. Por eso a todo el mundo le atrae el mar, aunque solo se pare a contemplarlo de lejos. El mar es siempre la busca del tiempo perdido. ¡Pero es tan difícil el regreso a ese tiempo de la infancia y la juventud! «Las muchachas en flor ríen y parlotean eternamente frente al mar, pero aquel que las contempla va perdiendo poco a poco el derecho a amarlas, igual que aquellas a las que amó pierden el poder de ser amadas», escribe Camus sobre la gran novela de Proust. Y Proust tuvo la suerte de saber recrear el mundo vivido, perdido y recobrado, en las líneas vívidas de su obra.

Porque el ser humano está hecho de memoria y de olvido, como los interminables vaivenes de la superficie del mar, que nos ahonda en lo inmarcesible y al tiempo nos humedece la superficie y la piel. El mar es la metáfora del ser humano, es oculto y negro, visible y luminoso. El mar no se queja, aúlla por las noches, se escapa y se vuelve a encontrar. Es el escenario exacto para el poema de Manuel Machado Adelfos: «Mi ideal es tenderme sin ilusión ninguna.../ De cuando en cuando, un beso y un nombre de mujer/ ...¡Que todo como un aura se venga para mí!/ Que las olas me traigan y las olas me lleven,/ y que jamás me obliguen el camino a elegir».

Pero el mar también es un desierto, el más inmenso, es el vórtice de un volcán en llamas, es la quimera y el abismo. Si el mundo fuera plano ¿dónde terminaría el mar? Para los que somos de tierra adentro el mar es siempre una sorpresa y un destino. Al mar se va, no se llega. Alberti, de mar adentro, tiene un sueño: «...sueño en ser almirante de navío/ para partir el lomo de los mares/ al sor ardiente y a la luna fría. El mar es espejo y es cristal para los poetas. Y sobre todo recuerdos para cantar». Juan Ramón Jiménez: «Lo llenan todo, mar/ total de oro inefable,/ con todo el viento en él... (son recuerdos)». Porque el mar es viento y es brisa, pasión y paz. Es eros y tánatos. Los cuerpos --prolongaciones de la arena--, juegan con el mar como peces sedientos.

El mar es soledad y delirio, murmullo y miedo, huida, tragedia y muerte. Es fuerza. José Moreno Villa escribió esta canción: «Cosa que no acierta/ uno a dominar.../ ¡Ay fuerza perdida,/ la del mar!». El mar es aurora y es ocaso; es rojo, amarillo y plateado. Es el origen y el destino, el comienzo y el final. El mar nunca se termina porque nunca comienza. El mar de noche es un hueco oscuro, un panel negro por el que se deslizan despacio luces diminutas y se atisba lo abisal. ¿Y quién recogerá las velas cuando hayamos partido? El mar. Siempre presente, como la madre tierra junto a su hijo. «En la planicie azur/ alfileres de plata/ dibujan flores blancas./ Regreso al horizonte de luz,/ donde el mar se termina/ y refugia en la playa./ Sobre la tela de agua/ un camino ilumina/ lo que nunca se acaba».

* Médico y poeta