Esta tarde de domingo, he sabido acerca de su fallecimiento, tras haber pasado unos meses complicados en su necesario devenir. Acabo de regresar del tanatorio junto a mi buen amigo Francisco Aguayo Egido, y ante la soledad del ordenador intento embastar algunas ideas sobre él y también, cómo no, del sacerdote sencillo e ilustrado que fue. Porque ante todo fue eso, un cura de pueblo, que no pocas veces te abrumaba con su gran conocimiento sobre la comarca de Los Pedroches, su querida y amada tierra, de la que fue cronista oficial por nombramiento, en 1982, del Ayuntamiento de Pozoblanco, ciudad que le viera nacer en 1937 en una extrema encrucijada para nuestro país.

Durante años, este sencillo intelectual de la Iglesia de Córdoba supo recopilar de forma paciente y callada un enorme saber popular de la zona norte de nuestra provincia, constituyendo su aportación un valioso y rico material cultural de interés para cuantos nos dedicamos al estudio de la vida tradicional en la investigación histórica y antropológica.

Manolo nació en el seno de una familia numerosa de profundas raíces cristianas y fue un orgullo para su madre verlo, en junio de 1962, ordenado sacerdote, en la iglesia de san Mateo Apóstol de Lucena, tras su paso por las aulas del seminario conciliar de San Pelagio, donde ingresó en 1950 para formarse y así poder completar los estudios eclesiásticos. Tras su breve paso por la localidad de Posadas, como coadjutor de Santa María de las Flores, pronto sería nombrado párroco en Azuel, donde fuera extremadamente feliz. De su estancia en esta población serrana nos obsequió con un modesto pero intenso libro en el que nos aproxima a la vida cotidiana de un cura de aldea, en aquellos ya lejanos años sesenta del siglo pasado. Era una época en la que soplaban vientos de renovación para la Iglesia universal, que ya había abierto sus puertas y ventanas durante el Concilio Vaticano II convocado por el Papa Bueno, para que así entrara en ella el aire fresco de la sociedad y poder llevar a aquella la Modernidad. Los temas de laicado, colegialidad o bien los meramente evangélicos hicieron mella en aquel joven recién ordenado presbítero, hasta hoy en su ejercicio ministerial como emérito párroco en Nuestra Señora de Araceli de la ciudad de La Mezquita, una parroquia que él mismo fundara con toda la ilusión del mundo.

Desde entonces no dejó de escribir sobre su tierra, pasando ya sus libros de los veintiocho títulos y siendo múltiples sus artículos en revistas especializadas referidos a ella, en los que, con una temática variada y un buen soporte documental, nos introdujo en su historia y etnografía, siendo algunos de ellos los que dedica a la religiosidad popular, una materia tan relevante en la provincia. Y ello lo hizo sin menoscabo alguno en su labor pastoral, conocida por muchos y muy valorada por los diferentes prelados que pasaron por la sede de Osio, ya fuera en Obejo como párroco, donde escribió un libro sobre la plantación del olivar en la Sierra Morena, o bien en los diferentes destinos ordenados por sus superiores.

En su puesto de Delegado de Capellanías, en el de encargado del Archivo General del Obispado, en el de Consejo de Presbiterio del Obispo, en el de vicesecretario-canciller, o como canciller-secretario general de la Diócesis de Córdoba, cargos que ocupó con diligencia durante varias décadas y en los que mostró su buen hacer, no faltando tampoco su impronta como sacerdote a su paso por el colegio Alzahir, por la JOC y las JARC, o en el acompañamiento de alguna Comunidad Neocatecumenal en su parroquia. La Santa Sede en sus últimos años de vida reconoció su trayectoria como presbítero, al nombrarlo, en 2014, Capellán de Honor de Su Santidad, designación que aceptó con humildad franciscana.

Manuel Moreno Valero fue un cura sencillo y sin complicación alguna en el trato, atento siempre a cuanto preocupara a su alrededor y de forma muy especial entre su feligresía, a la que atendió con esmero y dedicación. Como intelectual inquieto tuvo algunos reconocimientos, en la Asociación Provincial de Cronistas, de la que fue secretario general, en la Real Asociación Española de Cronistas Oficiales, así como en la Real Academia de Córdoba, en la que ingresó el 6 de diciembre 1979. Participó en su Boletín y en las diferentes publicaciones de tan ilustres entidades.

De igual manera, Moreno Valero colaboró en relevantes jornadas de carácter antropológico, entre ellas el Congreso de Religiosidad Popular, celebrado en la capital hispalense a finales de los pasados años ochenta, habiendo contribuido con sus trabajos en la revista de la Fundación Machado y en la del laboratorio de Antropología de la Universidad de Granada. Una larga y fecunda trayectoria, pues, la de monseñor Manuel Moreno Valero, quien permanecerá para siempre en nuestro recuerdo.

* Catedrático