Querido amigo Manolo:

Acabas de fallecer, tras larga y penosa enfermedad, en la que siempre has contado con el cuidado y firme apoyo de tu esposa, Mercedes, así como de tus dos hijos. Demasiado largo ha sido ese tránsito que has afrontado con la valentía y el coraje que te caracterizaban.

Naciste en el seno de una familia numerosa en la popular calle de la Escuchuela de Montilla, donde pasaste una primera infancia en la que no disfrutaste de ninguna clase de mimos. A los doce años ya abandonaste tu querida ciudad, para venirte a estudiar al amparo de los vetustos muros del seminario San Pelagio de Córdoba. Allí adquiriste una sólida formación, primero jesuítica y luego con la enseñanza de profesores tanto clérigos como seglares.

Cumplidos los diecinueve años, tomas una importante decisión en tu vida: la de lanzarte a la aventura de continuar tus estudios en París. Al no contar con los medios para ello, tuviste que enfrentarte a la experiencia en el mundo del trabajo manual, a fin de conseguir los recursos para vivir y sufragar tu formación. Completados tus estudios universitarios en Francia, regresaste a Córdoba para seguir los de Filosofía y Letras que finalizaron con la convalidación en la Universidad de Valencia.

Comienza entonces tu periodo docente como catedrático de Francés en los institutos de bachillerato Séneca, López Neyra, Fuensanta y Luis de Góngora; lo que no impide que te intereses por otras lenguas como el inglés y el alemán. Incluso pasaste una oposición en Madrid para adquirir el título de traductor jurado de Francés. Comenzaste a traducir documentos, así como a participar con tus traducciones orales en juicios en los tribunales de justicia de nuestra ciudad. Con frecuencia también realizaste este tipo de trabajos gratuitamente a emigrantes sin recursos que acudían a tu casa pidiéndote ayuda. Tu solidaridad se extendió también como colaborador de la Cruz Roja: fueron muchos los veranos que pasaste ayudando como intérprete a los magrebíes, que se detenían en el área de descanso situada junto a la autovía en las proximidades de Villafranca.

Tus inquietudes, solidaridad y opiniones también las reflejaste con valentía en las páginas de Opinión de CÓRDOBA, al que hoy agradecemos que nos permita hablar de ti. Fueron muchos tus amigos y compañeros a quienes siempre te dirigías con tus bromas, agudeza y fino sentido del humor. Muchos los alumnos que gozaron de tu docta enseñanza. Alguno, como Antonio Ramón Caro, siempre me recuerda que, gracias a ti y al ánimo que le infundiste, ha llegado a ocupar un puesto en la vida.

Con todos ellos quiero darte la despedida, a través de este pequeño testimonio de la huella que dejaste en tu paso por la vida.

Manolo, siempre te recordaremos con cariño.

<b>Francisco Aguayo Egido</b>

Córdoba