Imagino unas manos pequeñas que se afanan con su lenta paciencia. Las imagino yendo de la realidad al recuerdo, de la evocación al canto, de la certeza de su inmediatez a esa ensoñación que empieza a ganar cuerpo de palabras. Siempre hay un temblor primero al escribir, una especie de pugna con la imagen difusa, pero también certera, de nuestra propia vida y nuestro rastro, con nuestro rostro en ella. Toda gran escritora, todo gran escritor, ha sido antes un escritor joven, una escritora joven; y en esas manos pequeñas late la conciencia de una mirada propia sobre el mundo, con la escritura a este lado de la imaginación. Esas manos menudas, vacilantes y tímidas, se deciden de pronto a contar algo, aunque no saben bien -aún no lo saben; después, más adelante, cuando estén adiestradas, comprenderán que nunca se conoce del todo, en realidad- qué van a escribir, en qué consiste el tronco de una historia, el fulgor de un poema, porque eso forma parte del misterio. Comienzan la escritura tenebrosa, con sus renglones dudosos, aunque ya van ganando sonoridad y espacio, como si una voz nuestra se nos apareciera, y también nos dictara, un sendero invisible hacia un lugar que nadie ha visitado todavía.

La escritura, y eso lo sabrán poco después, es una de las ocupaciones, de los oficios y las vocaciones más solitarias que existe. Solamente estás tú, contigo mismo. Y un bosque de palabras, de voces y de sueños que palpitan y tiemblan al oído, historias y relatos que has vivido, que antes fueron tuyos o de otras, que se han ido filtrando hacia el origen primitivo de un texto. Pero, a pesar de esa soledad, algunas manos pequeñas, frente a sus primeros textos, tienen la suerte de contar, entre sus primeros lectores, con sus profesoras, que las acompañan y guían por el mar invisible, pero también visible, de la escritura en marcha. Es difícil hablar a gente tan joven de la vida que espera, desde un mundo que ruge y dinamita mensajes consolidados hasta hace poco tiempo, como la justicia, la generosidad, la solidaridad, el valor del medioambiente, el respeto y la igualdad de derechos entre hombres y mujeres. Supongo que la vida siempre ha sido difícil -en unas épocas, claro, más que en otras, y es seguro que ésta no es la peor de todas-, y siempre ha parecido, también, que el mundo que legamos a los más jóvenes está, en muchos aspectos, más degradado que el que un día recibimos. Pero también estas jóvenes escritoras, estos escritores jóvenes, han recibido una muestra perdurable de justicia poética, de generosidad, de solidaridad, de respeto al mundo y a la igualdad de derechos entre todos, de mano de unas profesoras que las han ido guiando por el mar decidido, entre el titubeo y la osadía, de la primera escritura, en relato corto o en poema.

Gracias a la actividad Poesía y Narrativa desde el Aula, promovida por la Diputación, en esas manos pequeñas ya podemos encontrar a verdaderas escritoras. Pienso en la delicada sutileza de Carmen Pérez Cuello en sus poemas, en la sencillez abarcadora de Rocío Maldonado Colorado y Fátima Guijarro, la genialidad lúcida de Ana Castillo Vázquez, con una poesía comprometida con la realidad, el talento descriptivo de Manuel Jesús Muñoz, la inteligente tensión narrativa de Mario Godino Prior, la belleza enigmática de lo cotidiano de Mauco Díaz-Moreno o la sorprendente síntesis, entre la elegía y la alucinación de vivir, en los relatos de Marina Carmen González. Pero hay más. Y en pocos años, como ha pasado ya con el excelente poemario de Ana Castro El cuadro del dolor, publicado por Renacimiento, podremos comprar sus libros en Luque o La República de las Letras. Desde luego, ese día llegará.

Por eso hay que seguir agradeciendo a estas profesoras abnegadas que hagan de su ocupación, de su oficio y vocación, una bandera de generosidad. Sobre todo, hay que agradecerlo en una sociedad que en muy pocas ocasiones sabe valorarlo. También a la Diputación, que sigue manteniendo esta muestra de Poesía y Narrativa desde el Aula. Gracias a todos los familiares que alientan estos sueños menudos, que ya nos iluminan.

Y gracias especialmente a vosotras, mujeres y hombres de manos pequeñas y mirada grande, escritoras y escritores del océano por el que ya nadamos, en sus primeras aguas, porque ya sois dueños, dueñas, de uno de los mayores tesoros de esta vida: la capacidad para sentir, escuchar y mirar, y el poder de contarlo. Nos seguiremos viendo por aquí. Bienvenidos a la literatura, vuestra casa, que os estaba esperando.

* Escritor