No hay nada más allá. Hemos llegado al límite del límite. Desierto por todas partes. Desolación. Silencio. Silencio en el silencio. No tenemos nada; ninguna idea, ningún soporte. Nadie nos espera. Estamos desnudos ante nosotros mismos y ante la vida. Y somos conscientes de la desnudez. Ya no podemos mentirnos. Nadie va a venir. Sólo oscuridad, noche, vacío y abismo. El abismo del abismo. De pronto sabemos que estamos desvalidos, como niño entre montañas. Hemos llegado al fondo. Lo sabemos porque el miedo nos paraliza; tanteamos en esa oscuridad y no tocamos nada. Vacío en nuestras manos. Terror en nuestro corazón. Estamos secos. Ni una brizna de vida. Nada. Nos sentimos muertos. Sentimos que vivimos muriéndonos, pero no acabamos de descansar. Seguir. Seguir. No sabemos cómo podemos soportarlo, pero seguimos en pie. Hasta respirar nos da miedo. Surge la pregunta, como un clamor, como un grito: «¿Qué será de mí?» Entonces es cuando sentimos, por fin, que estamos en manos de Dios; que, si no fuese por Él, ya hubiésemos sucumbido en el peor sufrimiento, ese que llevamos en el alma y del que no podemos escapar por más que lo intentemos. No hay escondite ni lugar al que huir. Sólo hay una estepa infinita en todas direcciones. Entonces nos surge una súplica, que es la oración profunda del corazón de cada ser humano: la oración de las criaturas en todo el Universo. Es el sobrecogimiento del extravío. Clamamos, gritamos, pero nadie nos escucha, nadie sale a nuestro encuentro. Es nuestra estepa, sólo nuestra; no habrá nunca nadie más. No hay cobijo, ni descanso; sólo una oración continua, y caminar, caminar…, «Dios mío, estoy completamente en tus manos; no sé nada, no tengo nada, no comprendo nada, no veo nada. Estoy extraviado hasta de mí mismo. Me veo muy lejos de mí mismo, de lo que creí ser, recuerdos, esperanzas, sueños. Aquí me tienes, desnudo, ante el vértigo. Ahora sí estoy en tus manos. Ahora sí soy completamente tu criatura; ahora sí tengo la fe de que no me vas a destruir, de que no vas a permitir que me pierda en la nada. Ya he llorado todas las lágrimas. Ya no tengo apoyo ni en ellas, ni en la soledad, ni en el abandono. Ahora puedo comprender el dolor. Puedo amar el sufrimiento. Lo palpo; lo detecto en cada alma. Ahora soy humano».

* Escritor