Papá, ¿pero Manolete no murió en Linares?, me espetó temprano mi hijo de nueve años al leer el eslogan del programa de actividades organizadas por el Ayuntamiento de Córdoba para conmemorar el centenario del nacimiento de Manuel Rodríguez Sánchez, mientras mordisqueaba una porción redonda de pastel cordobés que, la tarde anterior, le había comprado en una confitería al reclamo de «especialidad en manoletes». Presto a responder lo que creía era una retórica pregunta, distraje mi atención hacia la portada de un suplemento cultural, desde la que Mario Vargas Llosa narraba el anhelo frustrado revelado a su abuelo en la infancia: «En vez de ser aviador o mago, quiero ser el Manolete del Perú». A la par, oía a mi hija, rebuscando en el zapatero, preguntar por el paradero de unas manoletinas que se le antojaban necesarias ante el adelanto estival.

El recuerdo de una cita médica ineludible me hizo abandonar apresuradamente mi domicilio donde, desde la radio, sonaba Joaquín Sabina entonando: «De purísima y oro, Manolete…». La sala de espera me recibió repleta de pacientes y revistas. Sentado en una butaca Manolete -diseñada por el arquitecto Alberto Lievore (Premio Nacional de Diseño)- ojeaba una publicación en la que Arturo Pérez-Reverte definía a Manolete como «la imagen elegante de cualquier varón español, europeo o hispanoamericano». En las mismas páginas, una remembranza de Francisco Umbral evocaba su juicio sobre Manolete: «Un modelo a seguir». Dos señoras zanjaban su discusión acerca de la exacta ubicación de un supermercado, al terciar una tercera diciendo: «Está al lado de la casa de Manolete».

Sorteada con éxito la prueba de salud, y a fin de prolongar el plácido estado en el que me había sumido el anestésico, encaminé los pasos hacia mi taberna de cabecera en el barrio de Santa Marina, frente a cuya iglesia decenas de británicos escuchaban absortos a su guía recordando la amistad epistolar de Sir Winston Churchill y Manolete. Atardecía cuando, reconfortado en cuerpo y alma con la panacea que nos regala Montilla-Moriles, llamó mi atención el escaparate de una óptica en el que destacaban unas gafas de sol tipo aviador, publicitadas por la marca como «estilo de vanguardia», junto a una fotografía de Manolete posando con un traje cruzado, zapatos bicolor e idénticas gafas. Ya en casa, el preludio de un debate televisivo sobre las mejores películas de la Historia hizo aparecer en pantalla la oronda figura de Orson Welles, quien, con voz ronca, proclamaba aludiendo a Manolete: «Si yo fuera español estaría orgulloso de haber vivido en el mismo siglo que él».

Era noche cerrada cuando, al acostar a mi hijo, recordé su pregunta. Vencido por el sueño, sonrió al escucharme decir: No, Fran. Manolete no murió en Linares. Vive desde hace cien años.

* Miembro de la Comisión Municipal Centenario de Manolete