Semanas atrás ha sido actualidad el desencuentro parlamentario en el control para designar a los responsables del gobierno de la radio y televisión públicas. Envite que sigue abierto con el paréntesis del nombramiento interino de la administradora única. Tan importante resulta el asunto, que algunos partidos confiesan, sottovoce, como se muestran más partidarios de asumir esa responsabilidad que incluso una cartera ministerial. Y es que históricamente el control de los medios de comunicación ha demostrado ser una vía muy eficiente para moldear la opinión pública. Gracias a ellos, se han impulsado procesos electorales, creado o destruido líderes y movimientos sociales, estimulado corrientes ideológicas, ocultado crisis políticas y económicas, e incluso en ocasiones han fabricado una realidad inducida dentro de la psique colectiva de la sociedad.

Es fácil dejarse llevar por la inercia y ser blanco fácil para que te la den con queso. El escritor francés Sylvain Timsit fomuló hace años las diez estrategias de la manipulación mediática masiva a través de los medios de comunicación, decálogo atribuido erróneamente al filósofo norteamericano Noam Chomsky. Poniendo de relieve las herramientas que permiten tener distraída a la gente de lo realmente importante. De esta forma, los verdaderos problemas que padece la población son difuminados mediante la manipulación de la opinión pública con la ayuda de los medios de comunicación, consiguiendo crear una sociedad de individuos dóciles e insolidarios, donde triunfen los valores del capitalismo, el neoliberalismo y la desigualdad. Del decálogo, destacan la estrategia de la distracción, atiborrando de información continua y banal al público que no se interesará por las cuestiones esenciales que sí le afectan a su vida. Otra táctica es crear problemas para después ofrecer las soluciones: dejamos que una empresa pública se hunda y luego la vendemos. También conocemos la teoría de la gradualidad o aplicar medidas injustas poco a poco hasta normalizarlas como pasó con los ajustes sociales derivados de la crisis. La estrategia de diferir, como ocurre con las pensiones, es otra habilidad utilizada. No es menor la herramienta de la infantilización o ingenuidad del destinatario para endosarle mensajes simples sobre asuntos complejos. O utilizar el aspecto emocional por encima del racional y del discurso reflexivo, buscando el lado sensible aunque sea contraproducente con la realidad de los datos. También se utiliza como recurso el estimular al público para que sea complaciente con la mediocridad, y así se ofrecen personajes e historias absolutamente mezquinas en cuyo espejo debemos mirarnos. O la autoinculpación de nuestros propios males. Y todos los gustos, hábitos y pasiones, resultan estudiados a milímetro, para influir y manipular de la forma más sutil y eficaz a la ciudadanía.

Frente a ello, surgen voces apoyando la pluralidad dentro de los medios públicos de comunicación para alcanzar una sociedad más libre, y también propuestas con las estrategias a seguir para no dejarnos manipular: no permitamos las cortinas de humo, aunque sea difícil ir más allá del bombardeo mediático de noticias insignificantes unas y distorsionadas otras; ser críticos con esas medidas de aparente poco calado que van horadando nuestro sistema de libertades y derechos; pongámonos alerta con los mensajes solo emocionales que adolecen de contenidos racionales; contrastar la veracidad de los mensajes tantas veces difundidos por auténticos impostores; y buscar referentes de altura por su pensamiento, coherencia y experiencia vital. Contra la intoxicación mediática: pluralidad, autenticidad y sentido crítico.

* Abogado y mediador