Quizá por no ser todavía las 9 de la mañana no estaba abierta la panadería el 8 de marzo, Día de la Mujer. Por la tarde, en las cristaleras del bar Vista Alegre, unas octavillas dejaban constancia de que el establecimiento había cerrado a las 12 de la mañana «en solidaridad» con el Día de la Mujer. En el Patio Blanco de la Diputación, donde se expone XX, el siglo de las mujeres, se dejaba constancia de que hay 5.000 asociaciones de mujeres por todas las comunidades autónomas y que parecía como si todas se hubiesen concentrado por allí entre el mediodía y las tres de la tarde. En el día en que una pancarta afirmaba «No destruyas tus sueños, destruye tus límites» la calle se llenó de mujeres con una alegría tan rotunda, sonora y atractiva como una revolución. Los hombres, como mi amigo Paco el de la Imprenta Provincial, en la zona de catarsis del bar Puerto Rico, junto a las mujeres periodistas (como todas las de este periódico) o artistas (como Marisol Membrillo), se preguntaba si la huelga también podían secundarla ellos. Daba igual porque la sintonía entre géneros se comprobó al final del día, cuando los derroches de compromiso y batucada llenaron Las Tendillas de frenesí sin edad. La exposición Enmujecer. Soy madre de mi madre y Mercancías estaba prevista en la tarde de Orive, pero seguro que la fuerza de la manifestación rompió horarios, porque en ese momento en el que el día empezaba a colorearse de noche la entrada a la sala estaba cerrada. Y la ciudad caminaba hacia los Jardines de la Agricultura para contribuir a la puesta en escena de un feminismo global que, pasando por Las Tendillas y Claudio Marcelo, iba a desembocar en La Corredera, la castiza plaza con nombre de mujer.

La manifestación del Día de la Mujer, el lugar donde vimos, en el fragor de la batalla de una concienciación de alegría, a más conocidos jubilatas que en el último quinquenio: a mi amigo Travi, cuyo empeño madrugador nos llevó del bachillerato eclesiástico al oficial; a mi amiga Margarita, que me enseñó a coleccionar música clásica en Francia y Bélgica; o a Trini, mi ángel de la salud en tiempos de achaques.

Al final de la noche, en la soledad pensada, veías que el mundo acababa de dar un giro conducido por la mujer.