Ahora que ya se alumbra de nuevo la festividad conmemorativa de la aprobación en referéndum de nuestra Carta Magna, el próximo día 6 de Diciembre, donde antes eran elogios, homenajes y parabienes hoy arrecian las voces que la colocan en el centro de todos los males, en la causa de todas las perversiones, en la piedra angular de las soluciones que no llegan. Según gran parte de nuestra clase dirigente, todo pasa por reformar la Constitución que, dicho sea de paso, tampoco son las Tablas de la Ley dadas en el Sinaí.

El populismo de Podemos aboga por un cambio radical del sistema y darle la vuelta "como un calcetín"; el caudillista Arturo Más se la pone por montera y se la salta a piola diciendo que ellos son otra cosa; y el incomprendido de Pedro Sánchez quiere reformar muchas cosas de la Constitución, las dos últimas de las que nos acabamos de enterar son la cocapitalidad con Barcelona y la reforma del artículo 135 en la redacción que él mismo votó hace tres años.

Es verdad que la España de la transición que salía de la dictadura franquista poco tiene ya que ver con la realidad social y política actual. También es verdad que los grandes edificios exigen labores de mantenimiento y adecuación para sobrevivir al paso de los años, y cuestiones como la discriminación de sexo en la sucesión dinástica de la corona, el papel del Senado, reforzar el estado del bienestar o la separación de poderes, el modelo territorial, el nuevo concepto de ciudadanía y la integración de la diversidad, entre otras cuestiones se proponen de manera recurrente para una reforma constitucional justa y necesaria. Pero dicho esto, hay que tener presente al menos cuatro aspectos básicos antes de incidir en dichas reformas. El primero, que la Constitución ha supuesto durante más de 35 años un marco estable de convivencia, desarrollo y progreso que nos ha permitido llegar a las cotas más altas de desarrollo y bienestar de nuestra historia, por lo que hay que ponderar también los valioso elementos positivos que la misma nos ha aportado. El segundo, que para diseñar un marco general y superior de convivencia se contó con el consenso de la inmensa mayoría de las fuerzas políticas y de la aprobación del 88 por ciento de los ciudadanos en las urnas, representando el 59 por ciento del total del censo electoral. El tercero surge del consejo ignaciano "en tiempo de turbación no hacer mudanza", para preguntarnos si estos momentos de zozobra, división y crisis en todos los sentidos, son los mejores para acometer la reforma de nuestro marco legal y convivencial sin los consensos mínimos necesarios. Y el cuarto, que debemos distinguir el grano de la paja, y no dejarnos llevar por los embaucadores y trileros que, en lugar de limpiar debajo de sus propias alfombras, realizan una maniobra de distracción y en una huida hacia delante, nos venden la reforma constitucional como el bálsamo de Fierabrás, en un momento delicado de hartazgo y desencanto, donde los extremismos irrumpen triunfalistas en toda Europa.

* Abogado