Nicolás Maduro ha logrado en las urnas su segundo mandato presidencial de seis años. Las elecciones le han dado la victoria, pero es una victoria que va acompañada de un debilitamiento de su posición ante los venezolanos en general, ya sean seguidores u opositores, ante las élites políticas y militares que le sustentan y ante el mundo. Solo el 46% de los ciudadanos con derecho a voto acudió a las urnas, cuando en las últimas presidenciales fue casi el 80%. Y de este 46%, el presidente se llevó 5,8 millones de votos, mientras que el disidente Henrí Falcón arañó la cantidad nada despreciable de 1,8 millones, más del 21%. Casi toda la oposición había pedido el boicot a unas elecciones convocadas con pocas garantías democráticas y en desigualdad de condiciones con disidentes en la cárcel o bajo arresto domiciliario. La jornada electoral les dio la razón con numerosos denuncias por fraude e irregularidades. Ni siquiera Falcón ha reconocido el resultado, lo mismo que numerosos países latinoamericanos y Canadá. La reelección del sucesor de Chávez a la presidencia no sacará a Venezuela de la grave crisis económica en la que está sumida. El asistencialismo usado por el Gobierno para lograr un voto cautivo no es la solución. Corresponde a la oposición hacer un ejercicio de responsabilidad, pero este ha sido uno de los problemas del país, la desunión de una oposición excesivamente fragmentada.