De muchas cosas podemos quejarnos --y con razón...-- los españoles que hodierno protagonizamos el presente de nuestro país. Pero no, desde luego, de que no tengamos una capital de la nación a la altura de su gran historia y a tono y consonancia con las muchas exigencias de nuestros días, cada hora más deficitarios en cuanto a cohesión y vertebración de uno de los pueblos que modelaron con mayor fuerza la fisonomía de Occidente, motor todavía principal de la marcha del mundo.

Es claro, sin embargo, que una vez pasadas --ojalá que aceleradamente-- las secuelas primordiales de la crisis catalana de tan hondo impacto en el tejido patrio, en el profundo examen de conciencia a que está emplazado todo el cuerpo social sin distinción de estratos o estamentos, interrogarse por las funciones y el papel que ha desempeñar en el inmediato porvenir Madrid como centro y corazón indisputable de España ha de constituir tarea esencial y cronológicamente privilegiada. En tal empresa no ha de olvidarse la plausible y hasta hazañosa adaptación de que diera muestras al acomodarse desde el horizonte jacobino --herencia en buena parte feliz por el régimen franquista del liberalismo decimonónico de neta raíz doceañista-- al del Estado de las Autonomías. En la gran aventura --pues así puede calificarse desde perspectivas históricas-- de restaurar en paz y concordia las libertades, Madrid anduvo a la cabeza de la senda que conduciría al consolidamiento del Sistema de 1978 que tuvo en la descentralización uno de sus postulados básicos. El que esta pronto descubriera que el proceso daba lugar a un paradójico refuerzo de la omnipresencia madrileña anterior, en nada invalida su encomiable predisposición al cambio. Este se detuvo en buena parte a causa de la revolución mediática simultáneamente acontecida a la feliz arribada de la democracia, que potenció en extremo el peso real y simbólico de Madrid en la sociedad del conocimiento y en la civilización de la imagen como consecuencia lógica de la masiva implantación en ella de los mass media con mayor influencia en la colectividad nacional.

Empero, tras varias décadas de sucesos tan descollantes y decisivos, es lo cierto que el drama catalán ha dejado al descubierto, entre otros hechos de no menor cuantía e importancia, que Madrid ha de reciclarse con urgencia en algunos de los modos y maneras de ejercer el liderazgo capitalino del país y en su diálogo con las numerosas autonomías que configuran el mapa del Estado español. A larga distancia de aceptar y dar por buenas y exactas las muchas críticas del Principado catalán a «Madrid» como partera exuberante de los males del país, resulta de todo punto indispensable que, a finales del año de desgracia de 2017, la capital de la nación emprenda con talante animoso el reciclaje en diversas de las materias que constituyen su patrimonio histórico y su guía directiva. La nueva sensibilidad alumbrada por los sucesos de Cataluña y la imperiosa labor de construir un sentimiento nacional capaz de afrontar con éxito los retos de la globalidad y de una concepción unitaria patria al nivel de los difíciles tiempos del siglo XXI europeo, así lo exigen.

* Catedrático