Edna O’Brien dejaba a sus hijos en la escuela y volvía a casa para escribir sin parar. Al acabar la primera novela su marido, escritor sin mucha producción ni éxito, la lee y sentencia: «Sabes escribir, no te lo perdonaré nunca». Es el momento en que la autora reconoce en sus memorias el inicio del fin de su matrimonio. Un fin que se hace definitivo cuando el libro de ella tiene repercusión y una buena acogida.

En el dietario que acaba de publicar Laura Freixas se reflejan las dificultades de una mujer que quiere terminar una novela mientras compagina la crianza de la hija con las numerosas actividades que debe realizar para ganarse la vida. Aunque la autora reconoce su situación de privilegiada por el hecho de disponer de ayuda doméstica y un marido con un trabajo más estable que el suyo, con un sueldo fijo, el caso es que continuamente se debate entre la necesidad de priorizar la escritura y la de ganar dinero para mantenerse con las mil y una tareas que tiene que hacer dentro del mundo de las letras.

En las páginas del dietario descubrimos el anhelo de tantas mujeres escritoras de conseguir lo que es la cuadratura del círculo: disponer de tiempo para escribir lo que nos pide el cuerpo a la vez que intentamos ganarnos la vida haciendo otras cosas que no dan nunca la sensación de estabilidad económica. La otra opción es la de tener un trabajo fijo con una nómina asegurada a fin de mes, pero esto conlleva disponer de pocas horas para escribir. Si ya es complicado compaginar una jornada laboral normal con las tareas del hogar, no cabe duda que en caso de añadir la escritura el esfuerzo que hay que hacer es titánico.

Para las madres que nos dedicamos a este oficio resulta incluso imposible lo que Montserrat Roig tanto detestaba, ser escritoras de domingo por la tarde. Lo más interesante del diario de Laura Freixas es esta lucha que mantiene con ella misma para ganarse la vida y seguir escribiendo libremente, intentando escapar siempre de la dependencia del marido. El fantasma de la «mantenida» nos acecha cada vez que nos permitimos el lujo de ser apoyadas económicamente por nuestros compañeros. Un fantasma que no ha perseguido nunca a los hombres que escriben aunque muchos de ellos se han podido dedicar a las letras gracias a unas rentas recibidas en herencia o a una situación de privilegio derivada de su propia condición de varones. Porque si algo queda claro a lo largo de las páginas que escribe Freixas a mediados de los años 90 es que el mundo literario está también impregnado de machismo.

Virginia Woolf ya nos lo explicó, que para que una mujer pueda escribir necesita disponer de una habitación propia y suficiente dinero como para no tener que preocuparse de los recibos. Hoy, y en caso de que la escritora sea madre, deberíamos añadir un marido que ponga lavadoras, vaya a comprar y lleve los niños al colegio.

* Escritora