Con solemnidad republicana, Macron fue investido ayer octavo presidente de la Quinta República. El presidente más joven de la historia de Francia llega al cargo en medio de una gran esperanza en un país deprimido y pesimista que no valora lo que tiene. El caso de Macron es especialmente significativo, porque su elección lo fue en gran parte como un mal menor -el primer día algunos sindicatos ya se manifestaron contra él- frente al peligro de Marine Le Pen y con un 60% de votantes resignados pero insatisfechos. El discurso de investidura de Macron, sin embargo, demostró que ha detectado muy bien los problemas de Francia. Dijo que iba a basar su mandato en dos grandes exigencias: devolver la confianza a los franceses y reconciliarlos entre ellos mismos. Reafirmó con contundencia que cumplirá sus compromisos y que no cederá en nada. «El trabajo será liberado, las empresas serán sostenidas, la creación y la innovación estarán en el corazón de mi acción», dijo, al tiempo que repitió que los franceses que se sienten «olvidados» volverán a tener protección en una Francia para todos. Destacó asimismo su compromiso europeísta. La tarea del nuevo ocupante del Elíseo, como él mismo reconoció, es inmensa y no será nada fácil, porque un hombre que se presenta como ni de izquierdas ni de derechas será atacado por ambos flancos. La designación este lunes de su primer ministro y después del Gobierno serán indicios de la dirección que piensa tomar. Por el momento, las listas de La República en Marcha para las legislativas representan una gran renovación política, con una enorme presencia de novatos en esta actividad y representantes de la sociedad civil. Es un buen comienzo.