La victoria de Macron en la segunda vuelta de las elecciones presidenciales francesas (casi el 65% de los votos) supone un alivio para las cancillerías de los Estados de la UE y para muchos ciudadanos que apoyan el proceso de integración europea. Pero es un alivio temporal, ya que la preocupación continuará hasta las legislativas de junio, a las que Macron acude sin una sólida base partidaria. Su plataforma electoral ¡En Marche!, creada hace apenas un año, no es un partido político y tendrá dificultades para presentar candidatos en las casi 600 circunscripciones donde los partidos competirán a dos vueltas por obtener el escaño en disputa en cada circunscripción.

A pesar de la elevada abstención (casi el 30%) y del alto porcentaje de votos en blanco y nulos (más del 10%), debido, sin duda, al ambiguo mensaje de Mélenchon y su France Insoumise, ha funcionado el «frente republicano» para evitar la victoria de Marine Le Pen. Sin embargo, los más de 10 millones de votos obtenidos por ella (uno de cada tres votantes), supone un ascenso de dimensiones considerables del Front National (FN), un partido antieuropeo, populista y xenófobo. Por ello, es un serio aviso a tener en cuenta, ya que Le Pen y su partido están para quedarse.

Surge la duda de si el «pacto republicano» funcionará también en las legislativas. Si no es así, y si proyectamos el más del 30% de votos obtenido por Le Pen en esta segunda vuelta de las presidenciales, el FN podría pasar de los dos diputados que tiene ahora en la Asamblea Nacional a casi un centenar, lo que tendría un fuerte impacto en la vida parlamentaria francesa. Pero aún en el caso de que el «pacto republicano» funcione, puede que no sea el movimiento ¡En Marche! de Macron el que se vea beneficiado, debido a la ya comentada debilidad de su base partidaria.

Por eso, es muy alta la probabilidad de que se dé una «cohabitación» entre Macron, como presidente (en el Palacio del Eliseo), y un primer ministro (en el Palacio de Matignon) de otro color político. No es la primera vez que ocurre en Francia. Ya hubo cohabitación de Mitterrand con el gaullista Chirac, y de éste con el socialista Jospin, pero ahora, si se produjera, la situación sería diferente. Mientras que en esas dos ocasiones la cohabitación se producía entre los dos grandes partidos en los que se apoyaba la V República (el gaullista y el socialista), ahora la situación sería entre un presidente sin un sólido apoyo partidario y un Parlamento fragmentado, del que saldría un primer ministro que tampoco gozaría de una base parlamentaria cohesionada.

Sin embargo, la debilidad de Macron podría ser, paradójicamente, su fuerza, si sabe aprovechar su posición de centro reformista en el tablero político francés y es capaz de atraer a su proyecto transversal de reforma a grupos tanto a su izquierda, como a su derecha. Por ejemplo, amplios sectores del socialismo galo (Valls, Hammon, Royal, Aubry...) podrían sintonizar con el proyecto reformista de Macron, e incluso algunos de los grupos menos radicalizados de la France Insoumise y que abogan por una reforma gradual del sistema político y económico francés. Por su derecha, tanto el partido centrista de Bayrou (con el que Macron ya tiene firmado un pacto para las legislativas de junio), como los grupos liberales y democristianos del movimiento gaullista Les Republicains (Juppé, Fillon, Sarkozy...) podrían también apoyar, o al menos no oponerse, el proyecto reformador de ¡En Marche!.

Europa espera a Macron como una oportunidad de recomponer el eje franco-alemán, tan diluido en la etapa de Sarkozy y de Hollande. Sin embargo, en la UE de hoy ese eje franco-alemán ya no puede por sí solo ser el motor de la integración europea. Debe abrirse a otros países, como España, que tras el Brexit está recuperando protagonismo en la escena europea. También a Italia que se colocará de nuevo en el centro del tablero político europeo cuando se lleven a cabo las elecciones de otoño y recupere la estabilidad perdida tras varios meses de provisionalidad ocasionada por la derrota de Renzi en el referéndum sobre la reforma constitucional. Portugal, que está haciendo bien sus deberes gracias al gobierno del socialista Costa, también debería tener un lugar en la necesaria reactivación de la integración europea.

Macron tiene la ocasión de revitalizar un proyecto europeo en horas bajas y de introducir en la UE el espíritu de reforma que nunca debió perder y que forma parte de las esencias del proceso de integración. La firme convicción europeísta de Macron y sus seguidores es un elemento esperanzador (banderas de la UE llenaban la plaza del Museo del Louvre, mientras se escuchaba el Himno a la Alegría de la Novena Sinfonía de Beethoven). No obstante, la Europa de 27 países es una maquinaria muy pesada para avanzar al unísono, como sería deseable, y Macron lo sabe. Como ha señalado en la campaña, es más realista pensar en un avance a varias velocidades con un «núcleo duro» de países dispuestos a profundizar en la Unión Económica y Monetaria y en la Europea de la Seguridad y la Defensa, y de avanzar en una mayor integración en temas tan candentes como la cuestión migratoria.

Europa recibe con alivio la victoria de Macron, pero debería sentirse preocupada por el importante apoyo obtenido por Le Pen. El sistema francés de dos vueltas actúa de dique de contención contra los extremismos. Pero es un dique construido con una amalgama de fuerzas políticas tan dispares, que lo hace vulnerable. Por eso, para ser consistente, las fuerzas republicanas moderadas a derecha e izquierda deben cohesionarse en torno a un sólido proyecto reformista que devuelva la confianza en la capacidad de la clase política para reducir la brecha social y mejorar el bienestar de los ciudadanos. Ese es el reto de Macron. De que lo logre depende el futuro de Francia, pero también el de Europa.

* IESA-CSIC