El otoño caliente son escenas de linchamiento, paradigmas de intransigencia, enésimo desprecio del Estado de Derecho, afloramiento social del animal que llevamos dentro. Nuestro país se halla más cerca de las sociedades islamistas que tanto criticamos que de las de los códigos civiles y penales que tanto ha costado implantar y asumir. No puede digerirse la petición de muerte para José Bretón ni de nadie, ni los comentarios de tribu prehistórica ante el tercer grado penitenciario a Bolinaga, ni la crucifixión de la concejala de los Yébenes. Sí cabe que se aplique la ley ante las pruebas irrefutables después de un juicio justo, que se modifique el código penal si éstas nos parecen insuficientes; cabe la protesta por la liberación del etarra basada en criterios discutibles, pero no cabe los comentarios nacidos de las tripas, el aullido de la turbamulta, los empujones, collejas y coscorrones a la puerta del juzgado. El caso Hormigo es tristísimo, el vociferio supone el triunfo de la Inquisición, el juicio casposo y pequeño sobre la intimidad ajena. No hemos visto en Oslo al populacho pidiendo la sangre del asesino de la isla de Utoya, ni en otros lugares la de asesinos múltiples. Allí hay dolor, pancartas, exigencias de dureza, pero no espectáculo. Allí prefieren velas en el lugar de los hechos, no pintadas tonitronantes en la pared. Luego exigimos cheques libro, cheques bebé, cheques todo, programas de paz y no violencia, educación no diferenciada y ordenadores, pero el ejemplo que damos a los jóvenes en el momento de la verdad destruye las bases de toda educación y convivencia.

* Profesor