El fútbol es un deporte de once contra once en el que siempre gana Alemania, o los equipos grandes. La frase, sin el añadido final, es de Gary Lineker, aquel delantero centro del F. C. Barcelona sobre el que se llegó a emitir una serie de televisión --titulada, precisamente, Delantero --, que lo fue, y muy bueno, en los años intratables de Hugo Sánchez. Ganan siempre Alemania --se ha visto este Mundial-- y los equipos grandes, entre otras cosas, porque tienen costumbre de ganar, guardan esa conciencia convertida en el hábito con su bosque sagrado. Sin embargo, la afirmación define más un tipo de juego --que esta Alemania ganadora del Mundial, precisamente, no sigue-- que una capacidad. El fútbol es un deporte de once contra once en el que el pez pequeño puede comerse al grande. Esto también sucede en las disciplinas individuales, pero es en las colectivas donde la conjunción, llevada a la excelencia, convierte las carencias singulares en un logro coral, si el compañero puede resaltar lo bueno que hay en ti.

Me gustó mucho que fuera Albert Ferrer el entrenador que ha protagonizó el ascenso del Córdoba a Primera, porque sus rasgos como jugador eran, precisamente, estos: desde una calidad instintiva, que le hizo jugar en varias demarcaciones durante su formación en Can Barça, una capacidad para realzarse en el juego común. El entrenador del ascenso no fue un figurón, lo que viene llamándose una "estrella" --sobre todo en estos tiempos, y en otros recientes, en los que las galaxias comienzan a quedársenos pequeñas y a los locutores deportivos, no muy aficionados a Galdós, siempre se les terminan "acabando los adjetivos"--, sino un jugador constructivo desde atrás, siempre bien posicionado, con una honestidad y pundonor sobre el campo que entregó a sus dos equipos --sobre todo el Barcelona, pero también el Chelsea-- para potenciar al combinado. En suma, desde su excelencia individual, Albert Ferrer fue un jugador de los que te hace cuajar un equipo compacto, esa suerte de médula que es fermento y savia a la vez, una especie de hormigón que no cubre la fachada, pero que la sostiene.

Mañana, en el Santiago Bernabéu, el Córdoba va a encontrarse con otro tipo de proyecto --y de presupuesto--, con una ética distinta y un nervio enclavado en la individualidad. No sabemos si el Córdoba conseguirá ganar en Chamartín --aunque esperamos que sí--, pero ahora conocemos, gracias a la estupenda crónica de Ignacio Luque, que Cristiano Ronaldo ya sabe lo que es perder en el Arcángel. Fue en 2001, cuando vino con el juvenil del Sporting de Portugal y cayó ante los juveniles del Córdoba, entrenados por Valentín. Me han hecho gracia las declaraciones del técnico, porque definen bien al personaje: "Ya entonces se le veían los mismos gestos que ahora. Lo cierto es que sí se le veía algo sobradillo". Sobradillo o no, pero ganó el Córdoba: con Juanlu Hens, Gordi o David Carmona. Ya entonces Ronaldo había debutado con la selección absoluta de Portugal, y se le empezaban a ver las maneras de ahora: esa confianza tan desorbitada en sí mismo que sobrepasa la arrogancia colérica, con una suerte de exhibicionismo que luego se refrenda con su verticalidad explosiva, con las cifras acumuladas con su rotundidad de enciclopedia y todos los partidos ganados por él mismo. Pero entonces perdió, como mañana también puede perder: porque, como nos ha recordado el Cholo Simeone esta temporada, el fútbol es un deporte de equipo, que si es fiel a una idea, incluso hasta a una ética, puede invertir el orden natural de las cosas, volver grande al pequeño y convertir un bloque de once en el mejor jugador del mundo.

Uno de los momentos más hermosos que puedo recordar, asociados al fútbol, es el gol de Kiko en la final de los Juegos Olímpicos de Barcelona'92. Recuerdo el batiburrillo dentro del área y ese gol de una media parábola, con el abrazo múltiple en el césped y todos esos nombres que han escrito su mítica: Kiko, por supuesto, pero también Abelardo, Luis Enrique, Guardiola y el propio Chapi Ferrer. Puede ganar quien gane, pero importa el concepto. La épica ya está de parte del Córdoba, con toda una ciudad dispuesta a convertir el regreso a Primera en un lema vital, en toda una moral ciudadana y activa para poder sumar lo mejor de nosotros, reinventado el futuro con justicia poética.

* Escritor