Tal como ayer, el 20 de julio del año 1969, el ser humano protagonizó una gran hazaña: viajó a la Luna. Neil Armstrong, el primer hombre que pisó la superficie lunar, falleció a los 82 años en Cincinnati (Estados Unidos). El viaje al satélite fue visto en televisión por quinientos millones de personas, que también escucharon las palabras de Armstrong al pisar la Luna: «Un pequeño paso para el hombre; un gran paso para la humanidad». Le acompañaban Edwin Aldrin y Michael Collins. Casado, padre de dos hijos y abuelo de diez nietos, Armstrong no quiso firmar más autógrafos cuando supo que eran vendidos a precios exorbitantes. Neil Armstrong fue un hombre profundamente religioso y cristiano. Es interesante que recordemos, de nuevo, lo que sucedió en su viaje a Tierra Santa en 1988. Cuando llegó a Jerusalén, pidió a un amigo suyo, Thomas Friedmann, profesor experto en arqueología bíblica, que le hiciese de guía por la ciudad y le llevase a algún lugar donde pudiera tener la certeza que había sido pisado por los pies de Jesús. El profesor condujo a Armstrong hasta la escalinata del templo construido por Herodes el Grande. «Estos escalones constituían la entrada principal al templo, y no hay duda de que Jesucristo los subió y bajó más de una vez», le dijo Friedmann. Entonces, Armstrong se concentró profundamente y rezó allí un buen rato. Al acabar, comentó emocionado al arqueólogo que lo acompañaba: «Para mí, haber pisado estas escaleras significa más que haber pisado la Luna». Armstrong nos descubrió con sus palabras la necesidad de una relación con el infinito. El peligro más grave de hoy no es ni siquiera la destrucción de los pueblos, las matanzas, el asesinato, sino el intento del poder de destruir «lo humano». Y la esencia de lo humano es la libertad, la relación con el Misterio. El astronauta lo buscó y lo encontró en Jerusalén, tras pisar la Luna.

* Sacerdote y periodista