La comparecencia ayer en el Pleno del Ayuntamiento de Córdoba del teniente de alcalde y delegado de Turismo, Pedro García, me dio que pensar. Es lo mínimo, porque a lo largo de hora y media... a uno le da tiempo a pensar en todo. Se habló del Bombaygate, una factura (que al final no existe como tal porque se retiró) del patrocinio municipal del Córdoba CF a un viaje promocional del equipo a esa ciudad de India.

El caso es que el debate derivó en una polémica sobre qué acto promocional es realmente eficaz para dar a conocer la ciudad y atraer al turismo. Y aunque hay fórmulas que miden el impacto de una campaña publicitaria (son ciertamente complejas, como decía Pedro García, de acuerdo, pero que se estudian en numerosas facultades, cursos y masters), reconozco que no sabría juzgar la eficacia que, por ejemplo, tuvo aquella semifinal de la Copa David en la Plaza de Toros, los patrocinios al Córdoba CF del pasado gobierno local, del PP, o el impacto del coste de las iniciativa que está tomando el actual, del PSOE e IU.

Pero en esa hora y media de obligada reflexión, fui más allá y hasta me pregunté en qué momento asumimos que el único sector empresarial cuya publicidad tiene que pagar el erario público sea el turístico, algo que no pasa ni con los exportadores de lechuga, los constructores de aviones, los fabricantes de acero... con nadie. Porque aunque en todas las actividades haya más o menos ayudas, en ninguno como la turística se pelean en pagarle la publicidad la Administración central, autonómica, provincial y local, siendo ello aceptado con toda naturalidad por el ciudadano. ¿Cuándo se empezó a ver normal ésto? Pues no sé. También hace cuatro décadas veíamos obvio que los yogures se vendieran en farmacias y, ahora, que en una zapatería te hagan copias de la llave del piso. Por eso, no digo que haya que cambiar costumbres ni retirar este apoyo al turismo. Pero si es una publicidad que asumimos desde lo público... Coincidirán conmigo en que al menos tiene que ser lo más científica y eficaz del mundo.