Hace un año desde esta columna saludaba 2013 con el deseo de una triple regeneración. La del Estado, viejo, en situación crítica, alojado en edificio ruinoso e insostenible. La de su Jefatura, coronada por Rey maltrecho, del que es exigible vigor y autoridad en el ejercicio de su representación y despliegue de capacidades de moderación y arbitraje. Y la de un Gobierno, nacido débil, pertinaz en sus errores e indecisiones, olvidadizo de principios y de su volátil programa, zarandeado y desbordado por una oposición implacable y destructiva, inmersos ambos en corrupción asfixiante. Terminaba enero preguntando para cuando la regeneración.

Un año después, 2013 solo puede ser calificado como maldito y de penosas conclusiones. Pero desde "La azotea", a la intemperie de viento opuesto, se continúa arriesgadamente con el compromiso de la opinión.

Debería recordar a estos liberales de pitiminí, el Ensayo sobre el Gobierno Civil de Locke, para sostener firmemente, ahora más que nunca, que el Estado ni crea, ni concede la libertad y por qué la esencia del Estado de Derecho consiste en que promulgada la Ley, queda aquél sometido a ella. Seguro que el pensador inglés, en su fresca antigüedad, ofrecería algún referente a una sociedad desorientada, embarcada en una transición que dura ya más de treinta años y aún desconoce donde la conducen, pero que debe permanecer atenta, sin olvidar el consejo de Hayek de que nada se debe dar por supuesto, ni la libertad ni la democracia.

No creo en la función moral del Estado, pero sí en el valor ejemplarizador de su conducta, desde la cúspide a los alveolos del sistema; en su poder para el mantenimiento del orden constitucional, jurídico y social; en el respeto a la seguridad jurídica; en lograr y proteger una Administración de justicia, independiente y no sometida a la disciplina de los intereses partidarios; en facilitar que los jueces honestos, que los hay, puedan ejercitar libremente su función jurisdiccional; en que la austeridad sea ley de obligado cumplimiento en la vida pública; en la potenciación de sistemas y órganos de control interno y externo, temidos y respetados. Es decir, un nuevo regeneracionismo desde arriba, antes que la revuelta comience desde abajo.

Y no se debe suponer inherente al sistema la existencia de corrupción instalada, aunque pueda ser cierto, como dice Raúl del Pozo, que siempre estuvimos gobernados por zoquetes y bribones, Ya ven, hasta Carlos I fue V de Alemania porque los príncipes electores estaban convenientemente engrasados por el solícito banquero Fugger.

Pero en 2014 debe iniciarse una lucha implacable contra la podredumbre vergonzosa que anega la nación y sus instituciones o será imposible el crecimiento económico y la confianza internacional, haciendo peligrar la democracia y en consecuencia la libertad.

No soy optimista en que el nuevo año sea el definitivo en la lucha contra la corrupción. Como tampoco en la neutralización del independentismo. Este se hizo irreversible hace treinta años y ahora, cuanto antes, requiere plantear una reforma del Estado buscando su unidad y viabilidad.

Y no será posible sin un Gobierno de "salvación nacional" entre PP/PSOE para sanear la vida pública, modificar hasta lo necesario la Constitución y actuar conforme a su artículo 168.

Ya ven que lejos de ello caminará la vida política en 2014, tiempo preelectoral, con un Gobierno que piensa que el problema de España solo es económico y a su pesar tampoco lo aborda. Porque pierde el pudor en la subida de Impuestos y en la reforma del sistema tributario que prepara, ve crecer el paro insostenible, aumenta el déficit y la deuda deja a la nación apalancada para varias generaciones, provocando además escarnios con su displicencia ante los nacionalismos secesionistas.

Y en la otra orilla solo interesa derribar el Gobierno como sea para alcanzar el poder, con olvido desvergonzado de un pasado reciente, mejor enterrado que mostrado. Partido liderado por quien participó en un Gobierno disolvente del espíritu constitucional, que situó la economía al borde del abismo y sumergió la nación en un estúpido vendaval estatuyente.

Populares y socialistas, difícilmente ganarían unas elecciones convocadas. Y en su caso, el resultado de las mismas sería nefasto para los intereses nacionales en términos de subdesarrollo y desprestigio internacional. O un Parlamento italianizado, de Gobierno por año, o peor, un proceso de frentepopulismo devastador con retroceso de treinta.

Deseo para todos año nuevo con paz y bienestar.

* Licenciado Ciencias Políticas