En esta ocasión es incuestionable, sin posibilidad de la proliferación de argumentos que escapan y liberan las infinitas mentes preclaras con la capacidad o facilidad de los múltiples medios. Liberadoras y democráticas son, en justicia, las opiniones: aquí está la ventana para tu desahogo, el escenario, que ya es bastante y con todo derecho, fiel aplicación de lo justo. Roma locuta y fulano locuta. ¿Por qué no?: nadie tiene la verdad absoluta, Dios raramente se explica y, cuando lo hace, se muestra a través de una amplificación interesada y la pifia o ponen en su pensamiento cosas absurdas o impropias de su suma sabiduría.

Pedro hizo lo que pensábamos todos y nadie se atrevió a decir en alto: sus enemigos políticos, aplaudían y validaban por prejuicios ideológicos o por continuar en la escala de mandos. Sus amigos, los también socialistas, hombres de izquierdas, con antiguas o probables responsabilidades, porque el lenguaje útil para el político ha de ser prudente, con un velo de hipocresía o mentira, que en cualquier momento pueda salir a relucir y no les echen claramente en cara. «Usted es indecente». Y lo repitió con claridad varias veces, ante todos y en soledad, porque era cierto, porque el otro no poseía argumentos. Era verdad: inmoralidades conocidas por los espectadores de todas las ideologías, que silenciaban tantos pecados por veneración de conveniencia partidaria o personal o, siendo de izquierdas, no alzaron la voz para denunciar que nuestro llanero Pedro se pasaba. «Usted es indecente». No hubo denuncias por la ofensa porque la verdad no es ofensa sino cobardía para el ofendido que la soporta y para el compinche o el miedoso, que la calla.

Y salió nuestro llanero Pedro para buscar el medio de defender y dar valor o trascendencia a su verdad. Solo, como los únicos o escasos que dan cuanto tienen por defender su razón, que han quedado en la historia por haber sobrevivido con la fórmula de lo diferente y positivo, pese a sus amigos, sus amores, sus hijos...; seguros de su empresa, del sentido de sus campañas, de la validez de su futuro y de su vida, aunque sin nada, perecieran al fracasar. Iluminados y solitarios, de quienes se habla y se hablará.

Por el bien de España no se mete o se ayuda a meter bajo la alfombra las inmoralidades, no se permite la indecencia del más importante, ni se prescinde del único poder para los más débiles: la justicia. El bien de España no puede quedar en manos de la mentira, la apariencia o el silencio.

Y se unieron con sus voces al aire, pese a las procesiones en los medios con la convenientemente encumbrada Susana, que creyó el empuje como baño de espuma entre algo de inocente soberbia hasta que la treparon con tanto meneo de andas. Nuestro llanero Pedro fue solo con su lanza, si acaso con el escudero de una verdad, la suya. Pero la generosidad, siempre, porque nos gusta, se aplica para el débil. Se hizo visible su fe y había que ayudarle, empujarle. Es un hombre de izquierdas, enfrentado al poder y los varones de su signo, a la brillantez ajada por los años y la buena situación social. Tenía que hacerlo y ahí está, pese a los que se reían o guardaban su posición. Democráticamente, si es que creemos en la democracia. Si es que queremos que la intención de una izquierda útil prevalezca en este mundo de hipocresía y mentiras.

* Profesor