Hay que llamar a las cosas por su nombre». Creo que esta expresión la escuché de alguien en mi más tierna infancia y es uno de los dichos que se me quedaron grabados en la mente para intentar siempre llevarlo a cabo. Llamar a las cosas por su nombre es el principio de la civilización y toda sociedad que se precie ser medianamente digna debe intentar cumplir siempre con esa obligación cívica. No llamar a las cosas por su nombre es ser cómplice de la mentira y cooperador necesario de su expansión y por tanto de sus malas consecuencias. No llamar a las cosas por su nombre es ser parte del engaño y abogar por su buena salud. Todo esto lo digo porque cuando veo en noticiarios, redes sociales, periódicos, etc, llamar al tráfico de fotografías de niños con poca ropa como «pornografía infantil» me pongo casi histérico al comprobar que los periodistas mencionan dicha expresión sin pelos en la legua y la introducen en nuestras casas con la dichosa caja tonta o con la tabla loca (el ordenador) ante el estupor de nuestros hijos menores que nos miran pidiendo una explicación inmediata y solo encuentran nuestro silencio y mirada evasiva. ¿Cómo hemos podido caer todos los días durante tantos años en ese error? ¿Cómo podemos mirar a nuestros niños pequeños cuando en televisión hablan de pornografía infantil como el pan de cada día? Es que esa construcción lingüística en sí misma no tiene sentido porque el ámbito diabólico del porno y el fantástico mundo de la niñez son totalmente contrarios y cuando en los países muy pobres a esas pobres niñas chiquitas las obligan a fotografiarse ellas no saben lo que eso significa o más bien no entienden por qué es tan valiosa para algunos la triste foto escuálida de curvas adultas cuando ellas no son mujeres ni hombres; algo parecido a cuando los pieles rojas vendieron a los yanquis las tierras indias que creyeron ganar un trato absurdo y estar cobrando un dinero extra porque consideraban que la tierra no era de nadie y les estaban pagando sin sentido. Si esta sociedad considera que se pueden no solo conjugar sino pregonar en todo tipo de medio de comunicación la expresión «pornografía infantil» ( es la última vez en mi vida que la menciono) es que esa misma sociedad le encuentra sentido y por tanto es partícipe de semejante crimen. A partir de hoy se acabó llamar de esa forma a semejante cobarde tortura. H

* Abogado